El desafío de la salud preventiva

En cada campaña, los candidatos nos inundan con propuestas para mejorar la salud. Al mismo tiempo, una gran cantidad de ciudadanos recibe una atención negligente o insuficiente por parte de los sistemas de salud público y privado.

La ausencia de un enfoque preventivo en salud hace que sigamos a pasos agigantados ese camino de tantas otras sociedades condenadas a vivir e intentar prosperar con una pléyade de enfermedades fácilmente prevenibles.

Una gran masa de enfermos representa un tremendo botín político y económico. Gigantescos emporios de tecnología y medicamentos, así como burocracias enteras de funcionarios y proveedores florecen a su alrededor. El gremio de médicos y de trabajadores de la salud adquiere una relevancia mesiánica, mientras los millones de convalecientes crónicos y sus allegados se tornan una fuerza políticamente poderosa.

La ausencia de cultura de prevención se siente en el país entero. ¿Por qué no se exige mejorar la alimentación y los hábitos como se exigen medicamentos y cirugías? Así como se exige un sistema de salud omnipresente, ¿no debe perseguirse una masificación del deporte y la actividad física? Se exigen especialistas en salud mental, pero, ¿por qué no se educa sobre la importancia del sueño, y la higiene mental y física?

El costo que representa enfocar el presupuesto, la legislación y los recursos de salud en curar enfermedades y dolencias en lugar de prevenirlas antes de que aparezcan es inmenso, y se mide no solo en dinero, sino en productividad, oportunidades perdidas y calidad de vida.

Un país de gente sana, bien alimentada, con hábitos saludables y un sistema de seguros y prestaciones de salud que lo sostenga, lo alimente y lo incentive, es posible solo con decisión política. Vale cuestionar cuál de los dos modelos de Estado que se disputan la Presidencia apunta a esta necesaria transformación.