La democracia apesta

Gonzalo Ordóñez

Una amiga ecuatoriana, casada con un cubano, obtuvo una pequeña consultoría por la que le pagaron 200 dólares. Me decía que 150 dólares se quedaron en el Estado como impuestos; el resto del dinero lo utilizó para comprar comida, además increíblemente costosa. Cuando le pregunté en qué fecha regresaba de Cuba, para preparar una parrillada de bienvenida saltó de la emoción, casi sentí que la pantalla del celular también: – No sabes cómo extraño la carne – me dijo – De ley parrillada, gracias-. Esto sucede cuando el Estado se impone sobre los individuos mientras, los gobernantes sí que viven diferente.

Aunque es absolutamente cierto que si tienes acceso a comida, vivienda y educación eres mejor persona; no siempre, hay muchas historias de hermanos en los que uno se vuelve delincuente y el otro policía, en las mismas circunstancias.

Karl Marx, el padre del socialismo científico, no pudo conocer los avances en el conocimiento del cerebro y el comportamiento humano, pues la neurociencia y la psicología cognitiva y social se consolidaron alrededor de mediados del siglo XX. Carlitos básicamente propuso esa maravillosa idea de que son las circunstancias las que determinan la conciencia y no al revés, pero resultó falsa.

En “El mito de la educación» Judith Rich Harris afirma que para la crianza de los hijos son la herencia genética y el grupo de pares los determinantes, a los padres les queda poco espacio; la autora sugiere que los padres deberían enfocarse en un contacto amoroso permanente y en estar siempre para acompañarlos en su vida.

Los niños aprenden desde la categoría social a la que pertenecen y el contexto en el que se encuentran, su comportamiento será diferente en la escuela, el hogar, el barrio o en otras situaciones. La mayor influencia, sin embargo, lo produce la cultura del grupo de pares. ¿Ha escuchado la frase “hay que poner la guagua en una buena escuela? Aunque se cree que es por la calidad de la educación, en realidad lo que más incide es el contexto, las relaciones con otros niños y la riqueza o pobreza de experiencias que transmite el entorno.

Pero la forma en que reaccionan en cada circunstancia dependerá también de su herencia, según Harris, el 50 % de la personalidad proviene de la genética. Nada peor que pensar que un gobierno puede hacernos iguales a todos. Nuestros objetivos son distintos, los sueños y ambiciones son diferentes, así como las habilidades que necesitamos para conseguirlos. Solo podemos ser iguales en las diferencias.

“Aceptar este desequilibrio y seguir adelante de todos modos -tanto si uno se encuentra en la base, en el medio o en la cima de la pirámide- es clave para la salud mental” (Jordan Peterson, “Más allá del orden»). Entonces: lo que hacemos con nuestras circunstancias es una decisión, a pesar de la dureza de las condiciones.

Un amigo sufrió un accidente en moto, a medianoche, en medio de un apagón de luz. Aunque tuvo que esperar una hora y media para que le atiendan, como afiliado recibió atención sin costo (es una forma de decir, en realidad todos los afiliados pagamos las cuentas). En Canadá el sistema de salud es eficiente, pero no ágil, toca esperar, pero te encuentras con todas las clases sociales, porque el sistema privado es inalcanzable y no es mejor que el público. Una sociedad que intenta equilibrar lo público con lo individual.

Una democracia funciona mejor si la gente tiene trabajo, instituciones públicas medianamente organizadas y puede elegir la vida que quiere. Funciona mal cuando un grupo político, cualquiera que sea, supone que sabe lo que te conviene y lo impone, igualito que Leonidas Iza, que supone que, por hablar a nombre de la pobreza, el 11 veces No, por ejemplo, es lo mejor para el resto, además de arrogante es autoritario. A Leonidas la democracia le apesta.

Quejarse todo el tiempo reduce el tamaño del hipocampo cerebral, que sirve para el razonamiento y ayuda a resolver los retos de la existencia y con la misma “ruta” de acción se atrofia y dejas de encontrar alternativas y soluciones. La democracia apesta y punto, no piensas en cómo hacer que funcione para todos.

De otra parte, el psicólogo Dolf Zillmann explica que el detonante del enfado es la sensación de hallarse amenazado por algo físico o por algo personal, como sentirnos tratados de forma injusta, menospreciados o insultados, en general cualquier situación en contra de la autoestima o el amor propio.

Los líderes autoritarios convocan enfado en sus seguidores justamente porque les inhabilita para pensar por sí mismos y lo obedecen ciegamente, como algunos asambleístas que conocemos.

El enfado anula las estructuras cerebrales cancelando la guía del pensamiento y provocando respuestas primitivas. La solución según Zillmann es “reencuadrar la situación dentro de un marco más positivo”.

La democracia es un marco positivo pues la podemos pensar, acordar y hacer posible entre nosotros: la gente que no queremos ser malas personas, que rechazamos aceptar dinero de la corrupción, que queremos proteger a las niñas y niños de los traficantes, violadores y asesinos. Hay hombres y mujeres que peleamos con nuestro propio machismo y enfrentamos el de otros; que nos sentimos orgullosos del éxito de nuestros amigos y amigas, que buscamos la vida.

Las circunstancias determinan a las personas tanto como las personas a las circunstancias, nada puede salvarnos de la responsabilidad de nuestra existencia. La democracia apesta para los que huyen de sí mismos.