El afán de suicidarnos

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Carlos Freile

Es muy conocida aquella frase atribuida a Humboldt de que nosotros nos alegramos con música triste; tengo la sospecha de que en la actualidad las nuevas generaciones ya no oyen pasillos ni esa música “directa a la vena”, como decían. Hoy ya no sufrimos con notas tristes, no, hoy directamente ansiamos suicidarnos en manada, todos juntos, sin dar esperanza a nadie, ni aun a quienes desearían vivir un poco más. La negativa de los ecuatorianos a la contratación por horas y al arbitraje internacional es un tiro en la barriga: no nos mata de contado, pero nos deja tremendamente adoloridos, desangrados y agonizantes.

Los defensores del funesto “No” pertenecen a ciertos grupos envenenados por un marxismo fósil todavía convencido de la necesidad de “agudizar las contradicciones” para conseguir “las condiciones objetivas de la revolución” pues “la violencia es la partera de la Historia”. En el mismo anacrónico sendero caminan los seguidores iluminados de un pseudomarxismo incásico, contaminado de teorías supuestamente andinas pero amasadas en escritorios del primer mundo. Con desfachatez ocultan bajo los membretes de “justicia” y de “soberanía” su plan desestabilizador para adueñarse  del poder y libar de sus mieles.

Una clara muestra de la necesidad de votar “Sí” a las dos mencionadas propuestas ha sido la conducta de los votantes del exterior: los migrantes saben, por dolerles en carne propia, que al no crecer las fuentes de trabajo en el país, es obligatorio buscarlo allende las fronteras entre nostalgias y rabias.

Nuestros revolucionarios criollos, algunos anclados en el siglo XIX, otros autoproclamados del siglo XXI, realmente no persiguen el bien común, el progreso de todos, sino el propio y, da pena constatarlo, la ventaja de líderes irresponsables, preocupados tan solo de su bienestar reducido a tener el poder político, condición para poder robar o sencillamente alimentar un ego de manicomio.

Ya es hora de bajar a la tierra, dejar de soñar en “futuros que cantan”, abandonar utopías permanentemente ensayadas y permanentemente fracasadas, botar a la basura la leninista necesidad de una “generación abono” y enfrentar la realidad: o creamos fuentes de trabajo o colapsaremos como sociedad y como estado. Rocafuerte lo dijo en todos los tonos: sin progreso no hay felicidad, sin trabajo no hay progreso, sin orden no hay trabajo, sin moral no hay orden, sin ley y sin religión no hay moral. Saquen ustedes las conclusiones.