En busca de la pobreza

No es secreto para nadie la inmensa cantidad de riqueza y de recursos de toda índole —naturales y humanos— que Ecuador desaprovecha. Es como si tuviésemos algún inexplicable interés por permanecer en la pobreza.

El desarrollo requiere la modernización del régimen laboral y de seguridad social; requiere inversión en infraestructura para facilitar el comercio interno y regional, así como el movimiento ordenado de personas; requiere liberalizar las importaciones para liberar recursos que los ciudadanos podrían emplear en producción e innovación.

Ecuador tiene la materia prima y la energía necesarias para destrabar este nudo gordiano de pobreza; sin embargo, se impide cualquier intento ambicioso de aprovechar, en la escala debida, el potencial petrolero, gasífero, hidroeléctrico y minero.

El país opera bajo la gran falacia de que el progreso siempre llega, que es imparable e inevitable. Pero en la realidad, y lo ha demostrado la historia, el desarrollo se puede detener e, incluso, retroceder. Ejemplos abundan: magnas obras del ingenio humano y el desarrollo tecnológico, como los acueductos romanos o las pirámides egipcias quedaron en el olvido y ese conocimiento se perdió durante siglos. Es un error creer que la innovación y el crecimiento llegan automáticamente; pues solo se dan si muchas personas trabajan incansablemente para alcanzarlos y conservarlos.

Como una casa que sin mantenimiento se desmorona sin remedio, llegan los cortes de energía, se deterioran las calles y la infraestructura vial, colapsan las alcantarillas a vista y paciencia del ciudadano, impotente ante las trabas que inventa la ‘alta política’.

La pobreza que nos amenaza, así como sus plagas asociadas, son reales. Sin embargo, abundan los argumentos para permanecer en ella: ‘sostenibilidad’, ‘no-regresión de derechos’, ‘inequidad’, ‘precarización’, ‘diversidad’ y un largo etcétera. No es lógico ni justo que un país siga condenando a su gente a la migración y a la escasez, quizá incluso al retroceso.