Educar para cambiar

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Nicolás Merizalde

En un país donde estamos obligados a votar, es urgente hacerlo en un reconocimiento mutuo, el interés genuino de esta realidad compleja in extremis y una sensibilidad del individuo hacia la sociedad que por obra y por accidente dio en llamarse Ecuador y nos tocó en suerte. Cuando hablo de identidad también hablo de amor y no se ama lo que no se conoce. Nuestro sistema educativo parece empeñado en agudizar ese desconocimiento íntimo, grave y compartido por la poca solidez de las bases históricas que se imparten, la falta de compromiso con los valores democráticos y el fortalecimiento, consciente o no, de fortalecer las narrativas particulares a la voz común. 

La mayoría de los ecuatorianos vivimos países lotizados y superpuestos que sólo la educación podría encausar hacia la reconciliación. Porque no hemos asumido el mestizaje, ni los grandes esfuerzos de nuestras mejores inteligencias y apenas nos hemos quedado en pocos héroes acuartelados en las trincheras de la ideología que mejor nos calce. No educamos desde la esperanza, sino desde la rabia. Como resultado: la mediocridad. Basta ver el programa concurso de cultura general que está transmitiendo Teleamazonas para ser consciente del daño. 

En su última novela, Mario Vargas Llosa promueve una romántica teoría de entender la música popular -el vals- como red de hermanamiento entre los peruanos. Yo creo que la cultura entendida de una forma abierta y transmitida con responsabilidad por el sistema educativo es la única vía para no seguir repitiendo errores. Por eso me importa tanto el cambio en la cartera de educación, cuya labor tan ardua y de resultados tan lejanos en el tiempo, ha recaído en Alegría Crespo, a quien conocí hace algunos años cuando fui becario de Fidal y espero que promueva esos ajustes que nos lleven del dolor al amor, al reconocimiento y al compromiso.