Tratar a los niños a patadas

El país observó con horror las imágenes de una madre arrastrando a patadas a su hijo de dos años de edad. Cabía esperar una vigorosa reacción de parte del Estado —como la que se desató tras el asesinato de María Belén Bernal y que llegó hasta a contemplar la demolición de edificios—, pero lo único que hubo fue promesas en Twitter — “lo protegeremos”, escribía el ministro de Inclusión Económica y Social, Esteban Bernal—, tras una detención rutinaria e inútil. Bajo las leyes actuales, en un país que carece de una política de prevención de violencia intrafamiliar, resulta probable que la preocupación por el porvenir de ese pequeño tungurahuense no trascienda el escándalo mediático.

Las madres no son las únicas víctimas en el hogar. Hay más de 6 millones de menores de edad en Ecuador; muchos de ellos crecen bajo el yugo del maltrato y la humillación. Esas heridas sufridas en años formativos, especialmente antes de los ocho años de edad, dejan daños en ocasiones irreversibles en la psique y el cuerpo.

Los niños víctimas de hoy son los adultos agresores del mañana. Eso es lo que explica el perturbador ‘síndrome de Estocolmo’ del que adolecen tantos ecuatorianos con respecto a la violencia infantil. Tras crecer sufriendo golpizas y humillaciones, muchos terminan creyendo que estas son herramientas pedagógicas útiles y las defienden fervorosamente. Lo único que un niño maltratado aprende es que la violencia funciona, que es un recurso legítimo de la autoridad y que las agresiones tienen cabida en una relación cercana; esa es, justamente, la manera de pensar que, en estos tiempos sangrientos, necesitamos superar.