Los monstruos

Pablo Escandón Montenegro

Los monstruos son tales o existen cuando quien los descubre se siente diferente de ellos; entonces un monstruo no existe porque asusta o es malo, su vida depende de lo que el otro le concede como diferente.

Repasemos los monstruos en la literatura, el más célebre y conocido: Frankenstein, quien fue construido a partir de partes humanas y que en su esencia no era malo, sino que su maldad se generó por el rechazo de los diferentes, de esos iguales entre sí, que vieron al extraño como alguien malo a sus valores, a su estética, a su pensamiento, y tan solo tuvo dos personas que lo trataron con bondad: un ciego y una niña; el primero con la ausencia de la visión, se conectó con la criatura por otras realidades sensibles y no por la imagen, mientras que la niña lo vio como un igual por su inocencia y capacidad mental aún no desarrollada.

Otro monstruo literario o el doble de monstruosidad es el que creó Stevenson con esa historia del hombre que prueba en sí mismo una pócima para convertirse en el opuesto: Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Esta fantasía clásica nos lleva a valorar cómo somos los seres humanos que mostramos nuestra faceta monstruosa cuando queremos, pero luego se descontrola y nos gobierna, por lo que debe morir una de ellas, pero a la final, son los dos los que mueren, porque el científico es tan monstruoso como su creación.

El monstruo existe porque lo nominamos y ese nombramiento está en nosotros. Es decir, cuando ponemos apodos o cuando nos burlamos de alguien por sus diferencias físicas, somos nosotros los monstruos, no ellos; pues su historia la desconocemos, o cuando la conocemos, no la entendemos y esa ignorancia es la que dispara nuestra forma de reaccionar ante lo desconocido.

Entonces los llamamos monstruos, y no nos damos el tiempo para reconocer en ellos, los miedos que tenemos, nuestras inseguridades y desconocimientos, porque es más fácil agredir, que empatizar y comprender.

Los monstruos están con nosotros y son aquellos que, a pesar de conocer nuestras historias, nos miran como extraños, porque saben que más allá de las diferencias físicas, ellos carecen de capacidades cognitivas y emotivas; a fin de cuentas, los monstruos siempre se reconocen en el otro y no quieren dejar ver su alma, por ello se escudan en las similitudes físicas y no en las diferencias espirituales. Si no, que nos lo cuente el personaje principal de la película de Guillermo Del Toro en ‘La forma del agua’.

O que lo diga el niño torpe, débil y cobarde que llamó ‘Frankenstein’ a una niña con una marca de operación en su dedo índice. Él es el monstruo porque ella solo demuestra su valentía y fuerza vital, mientras que él siente miedo porque no soportaría lo que ella vivió, pero su cobardía no le deja reconocerlo. El monstruo es él.