Dilemas de la alternancia

Tradicionalmente, los diferentes sectores de la sociedad ecuatoriana han reclamado alternancia política. Eso permitiría priorizar diferentes áreas o grupos a lo largo del tiempo, y romper el perpetuo círculo vicioso de destrucción, persecución y reinvención que caracteriza a nuestra política. El problema es que parece haber una escasez crónica de fuerzas sensatas, mientras el revanchismo, el mesianismo y los anhelos totalitarios abundan.

El Gobierno del presidente Guillermo Lasso enfrenta un serio dilema. Si decide retomar la agenda solitaria que mantuvo hasta hace poco, corre el riesgo no solo de terminar destituido, sino de hundir a toda la tendencia política —tal y como sucedió con la crisis de los noventa, que entregó al país a un perenne populismo—.

A la vez, al negociar espacios, será inevitable que otras fuerzas políticas ganen protagonismo, lo que podría pavimentar su vía al poder en próximas elecciones.

Todas las fuerzas políticas democráticas coinciden en que el correísmo radical —por su esencia misma— es incapaz de ser coprotagonista de procesos de alternancia. Ante esto, el partido tradicionalmente indígena, Pachakutik, parece ser la mayor propuesta capaz de capitalizar el malestar ciudadano y canalizarlo de manera democrática; pero necesita que el resto de la política contribuya a legitimar a aquellos de sus miembros que entienden que la democracia es el nombre del juego y que sus reglas no se manosean. El Gobierno también lo deberá tener en cuenta, tanto en la Asamblea —con elección de autoridades y proyectos de ley— como en los cambios que emprenda en educación e inversión pública.