Consideraciones sobre la invasión Rusa a Ucrania

Han transcurrido más de 8 meses de la impensable invasión de Rusia a Ucrania, que pocos la imaginaron y menos previeron, habiéndose escrito ríos de tinta con comentarios de toda índole sobre su desarrollo y eventual desenlace, cuando se suponía que con la evolución del derecho internacional con la prevalencia de la Carta de la ONU que condena las guerras de agresión y la usurpación territorial de épocas pasadas, aquello jamás se hubiese producido.

So pena de repetir afirmaciones recurrentes, la concepción de Putin de que la disolución de la URSS fue la peor catástrofe geopolítica del siglo anterior, con la consiguiente pérdida de influencia y de gravitación de la que se convirtió en su mutilada sucesora, denominada la Federación de Rusia, es el elemento fundamental para comprender su comportamiento de intentar reivindicar el esplendor y el espacio del inmenso imperio soviético.

Ese antiguo y desconocido jerarca del espionaje más sofisticado de la temida KGB, admirador del zar Pedro el Grande, artífice de la expansión y conformación de la inmensa Madre Rusia, que hizo gran parte de su enigmático trabajo con identidad encubierta en la ciudad de Dresde, entonces Alemania Oriental, hasta la caída del muro de Berlín, pasó sorpresivamente del ostracismo a la figuración internacional cuando el presidente Yeltsin lo designa presidente en 1999, sin que desde entonces haya abandonado el poder sino al contrario, ha ajustado a su gusto las normas fundamentales para prolongar su gestión hasta el 2036.

Su carácter introvertido, misterioso, solitario, acompañado de su formación megalómana y autoritaria han sido características de su personalidad con las que fue fraguando lentamente en su conciencia las estrategias para eternizarse en el poder, objetivo conseguido, como también para vengarse, a su manera, del ninguneo, irrespeto, redimensionamiento de influencia y menosprecio que ha sufrido Rusia en el escenario mundial.

En ese orden de ideas, empezó por escamotear con un zarpazo a la exrepública soviética de Georgia de los territorios de Abjasia y Osetia; infiltró ciudadanos rusos en la región de Transnitria, pretendiendo separarla de la también la exrepública soviética de Moldavia con la implantación de una cabeza de puente en el centro del continente, para sumarla al enclave de Kaliningrado. Después, surgió lo más grave en el camino del expansionismo, con la cruenta invasión a Ucrania, sin otro fundamento que considerarla una nación ficticia y artificial, que siempre formó parte, según él, del alma rusa y eslava.

Sorprende todavía más el irrestricto apoyo de la Iglesia Ortodoxa Rusa, encabezada por el Patriarca Kirill de Moscú, al guerrerismo del Kremlin, dejando a un lado los principios cristianos de paz, armonía y respeto a la vida, por intereses terrenales inconfesables para convertirse en «monaguillo de Putin», y seguramente incrementar su fortuna calculada por un medio ruso en 5.000 millones de euros, con lo cual los valores espirituales se subordinan a los materiales, en contravía de la prédica religiosa.
Los argumentos para la invasión soslayan malintencionadamente que Ucrania, al independizarse de la URSS en 1991, se convirtió en Estado soberano, con fronteras perfectamente definidas y reconocidas internacionalmente, y en esa calidad fue admitida en la ONU, con todos los derechos y facultades para adoptar los lineamientos de política externa e interna que considere del caso, sin interferencias externas, en cuya virtud los pretextos rusos para invadirla constituyen la más grotesca violación del ordenamiento jurídico mundial.

Al producirse la independencia de Ucrania, existía en su territorio un inmenso arsenal nuclear como parte que era de la Unión Soviética, y que en base al acuerdo de Budapest firmado con Rusia en 1994, con la garantía de varias potencias europeas, lo desmanteló y entregó al régimen de Moscú, con el compromiso de éste de respetar su soberanía e integridad territorial, que ha sido flagrantemente irrespetado a la luz de los acontecimientos expuestos.

La anexión forzada de importantes zonas ucranianas del este del país, como son las provincias del Donetsk , más Zaporija y Jerson, para apoderarse de las costas del Mar Negro y aislar la salida marítima a Ucrania, sin olvidar la igualmente ilegal incorporación de la península de Crimea en el 2014, que representan cerca del 20% de su territorio de alrededor de 660.000 km2, es otra aberrante usurpación que fue rotundamente rechazada por la mayoría de las naciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Aquellos son precedentes peligrosísimos para la convivencia armónica del mundo que vivimos, porque más pronto que tarde, estos afanes imperiales convertidos en hechos cumplidos, sin que las insuficientes normas del derecho internacional y la incapacidad de la ONU para evitarlas y peor sancionarlas, volverán a producirse bajo cualquier pretexto, en menoscabo de las naciones débiles bajo la opresión de las más fuertes, reproduciéndose la figura de la ley de la selva.

Mientras la guerra se prolonga sin fin, pienso que Rusia, a pesar de sus repliegues, algunos por debilidad y otros por estrategia táctica, negociará un cese del fuego y un acuerdo de paz solamente cuando haya logrado la anemia de Ucrania, y de esa manera imponer una capitulación beneficiosa sin renunciamiento alguno a los territorios ocupados.

Paradójicamente, Ucrania tampoco está dispuesta a sentarse en la mesa con sus invasores para el fin del conflicto, con la esperanza de que la nutrida cooperación armamentística, logística y humanitaria que le ha brindado y seguirá haciéndole occidente, le permita expulsar al enemigo y dejar sin efecto la mutilación sufrida, lo que parece difícil por la disparidad de fuerzas.

Bajo ese dantesco panorama, lo que parece inevitable es la desmembración de Ucrania, lo que luce intolerable pero real, como se ha dicho, y seguramente el condicionamiento de un status de neutralidad, lo cual impediría su anhelado ingreso a la OTAN, y como probable corolario, también a la Unión Europea, porque al ser miembro de ella implicaría su integración e inserción absolutas a todo el engranaje comunitario que no conjuga con la visión rusa, por lo que el Kremlin haría lo posible para evitarlo, a pesar de que ya fue declarada por la Comisión UE, candidata a la adhesión, más como un apoyo formal que real, habida cuenta que están muy lejos los requisitos mínimos para que ello suceda.

Sin embargo, la otra cara de la moneda radica en que permitir que Putin salga con la suya, sería un rotundo fracaso de Occidente, empezando por la OTAN y su líder los Estados Unidos, en el que Europa ha confiado su defensa renunciando a su autonomía estratégica al no haber estructurado una política colectiva de seguridad propia, situación que significaría el encumbramiento de Rusia como potencia triunfadora, en menoscabo de la Casa Blanca resignada a una derrota humillante como epicentro del mundo libre.

El jerarca del Kremlin sufrió un grave revés al suponer que la que denominó «operación especial militar», para minimizar sus alcances, en vez de lo que realmente ha sido, una guerra, consistiría en un breve paseo por el vecindario, donde sus tropas supuestamente liberadoras serían recibidas con vítores y flores.

Los cálculos fueron tan errados empezando porque después de tantos meses de planificación de la autoritaria acción, ha sido imposible hasta la fecha dominar al heroico adversario, que se inició en las zonas aparentemente prorrusas con dificultosos avances contra las tropas opuestas, y ante la impotencia manifiesta de dominación, se ensañó indiscriminadamente contra civiles, incluyendo personas mayores, mujeres, niños, etc., con el extremo de emplear armamento progresivamente mortífero, sin dejar de bombardear la capital Kiev, y con la petición desesperada de ayuda a su títere de Bielorrusia y de drones iraníes a los ayatolas islámicos.

Algunos analistas muy calificados han estimado ese cruel proceder como «crímenes de guerra», sujetos a la investigación y eventuales sanciones a los responsables por la Corte Penal Internacional.

Los acontecimientos en cadena avanzaron tan infructuosamente, que decretó la movilización de 300.000 reservistas adicionales para incrementar sus tropas, lo que produjo la masiva diáspora de ciudadanos rusos a otros países, todos opuestos a ser reclutados, y por cierto disconformes con la conflagración, y más tarde, con el intento de consolidar la ofensiva, organizó referendos fraudulentos en la zona fronteriza, sin observación internacional y bajo la amenaza de graves represalias a los temerosos habitantes que no se sumaran a la amañada consulta popular.

Otra arma del Kremlin y muy poderosa para sus propósitos ha sido el chantaje consistente en suspender el suministro de gas y de petróleo a las naciones europeas tan dependientes de esos productos provenientes de Rusia, sumamente más grave cuando está a punto el crudo y largo invierno. Eso ha generado el aumento de su cotización en el mercado mundial, con secuelas de inflación, incremento del costo de vida, escasez de alimentos, etc., frente a lo cual aquellas naciones están haciendo esfuerzos desesperados para buscar otras fuentes de abastecimiento energético y empezar con la mayor velocidad la transición hacia energías limpias, que tomará un largo periodo, y que con corta visión de miras no previeron a su debido tiempo.

soslayarse que días antes de la invasión, Putin visitó en Pekín a su homólogo chino Ji Ping, con quien emitió una extensa Declaración Conjunta en la que expresaron su alianza «sin límites» y su decisión de conformar un «nuevo orden mundial», en clara alusión a impulsar la progresiva erosión del estilo de vida, el modelo económico y el sistema democrático imperantes en el Occidente.

Sin embargo, la actitud de China no ha sido de ninguna manera obsecuente de apoyo incondicional, sino de una neutralidad discreta, sesgada y ambigua, manifestando eso sí su solidaridad con Putin, pero absteniéndose en ciertos casos, o votando en contra en otros, ante determinadas aspiraciones rusas, como pretender el respaldo a la usurpación territorial o al empleo de la fuerza, con el fin de curarse en salud frente a tendencias separatistas en la propia nación asiática, ya que un pilar de la política exterior china ha sido el pacifismo, la no intervención en asuntos internos y la solución pacífica de controversias, para ganarse la confianza y simpatía mundiales.

Así las cosas, este enfrentamiento representa no solo un conflicto regional europeo sino de carácter universal, en cuyo contexto el orgullo nacional de las potencias contendientes no se doblegará hasta conseguir el éxito que cada una anhela, y por ende podría acicatear el uso extremo de armas más sofisticadas para lograrlo, como podría ser, en un inicio, bombas nucleares de efecto limitado hasta escalar si fuese necesario a misiles más sofisticados y destructores, de parte y parte.

Esa posibilidad es terrorífica, dado que podría conducir a la denominada «destrucción mutua asegurada», con instrumentos exponencialmente mucho más poderosos que los usados en Hiroshima y Nagasaki, que pusieron término a la Segunda Guerra Mundial, época que desde entonces el desarrollo nuclear ha sido impresionante como arma disuasiva, que felizmente jamás fue empleada y ojalá así permanezca hasta el fin de los siglos.

A manera de conclusión, los pronósticos son muy arriesgados de formular, las anteriores son simples especulaciones en torno al desenlace de la guerra, sus tiempos y condiciones, en medio de un conflicto en el que, a la postre, debe prevalecer la defensa de valores inclaudicables, como son la paz, el respeto a la soberanía de los Estados, la condena a la agresión y el derecho a la intangibilidad territorial, que deben ser los auténticos triunfadores de esta absurda conflagración que conmueve y repercute en el universo en su conjunto

Fernando Ribadeneira – Embajador (r) del Servicio Exterior del Ecuador