La comercialización de esclavos africanos se dio en Ambato

La primera parada de los esclavos en Sudamérica era Cartagena, desde aquí se distribuían a diferentes lugares.
Recorrido. La primera parada de los esclavos en Sudamérica era Cartagena, desde aquí se distribuían a diferentes lugares.

Dentro de la historia de Tungurahua y Ambato hay un capítulo del que poco se ha tratado en textos escolares, y es que con la llegada de los españoles varias de sus formas de explotación vinieron con ellos, como la esclavitud y el comercio de personas traídas desde África.

‘El componente africano colonial en Tungurahua’ es un libro escrito por el cronista vitalicio de Ambato, Pedro Reino, que recoge la investigación a través de cientos de documentos sobre este tema.

En su libro, Reino inicia hablando de Patate que en la época de la colonia tenía cañaverales donde se destilaba agua ardiente y elaboraba panela, lo que hizo que se trajeran esclavos para esta industria.

Otro espacio donde se los utilizaba eran las grandes haciendas o casas de familias adineradas para el servicio de los patrones.

El Historiador afirma en sus escritos que hasta Ambato llegaban esclavos traídos desde Cartagena en ocasiones por la ruta Panamá – Portoviejo, Panamá – Guayaquil, y otra entre Cartagena – Popayán para luego terminar en la ciudad.

En Ambato es una de las ciudades donde más documentos se han encontrado debido a que los encomenderos, gobernadores y hacendados de la época guardaban un estrecho vínculo entre Ambato y Popayán.

Cada uno tenía un nombre

Cientos de documentos pueden encontrarse en el archivo de Ambato sobre la venta de esclavos, estas escrituras son largas y minuciosas, y se los vendía dándoles un nombre en español pero no un apellido.

“Tras una piel morena o un pelo ensortijado está el apellido de un patrón, que en muchos casos puede ser un antecesor biológico”, afirma Reino.

En varias de estas escrituras se señalaba la procedencia y se explicaba bajo fórmula notarial que se los vendía: “libres de censo e hipoteca, empeño y enajenación”, “libres de vicio, tacha o defecto” y que no tenían “ni enfermedad pública o secreta”.

Uno de los documentos encontrados corresponde al 19 de noviembre de 1798 donde Don Pedro Fernández de Cevallos, abuelo del historiador, Pedro Fermín Cevallos “vende el negro anterior Roque Jacinto a Don Joseph Sotomayor, vecino de Loja, a nombre de Don Bernardo Valdivieso vecino de aquella ciudad,… de quien tiene especial recomendación para esta compra… el referido negro… costal de huesos y alma en boca, con todas sus tachas malas o buenas excepto el mal de la gota coral… en 415 pesos”, según los archivos.

Más de 200 años de esclavitud

Según Reino, ha encontrado documentos sobre la venta de esclavos que van desde 1604 hasta 1851, entre estos uno de los nombres citados por el historiador es el de Joan de Velasco, revendedor de esclavos de la ciudad de Ambato, que a más de dinero recibía sal en las ventas, pues esta era muy apreciada en aquella época.

En este libro, el historiador también incluye un documento de la esclavitud del año 1851 que está relacionado a Teresa Flor, prócer de la Independencia, en el que se contempla que tenía varios esclavos y que con su muerte los libera mediante su testamento.

El documento reza lo siguiente: “Que mi esclava María Juliana Matute quede libre después de mis días… y se le de 50 pesos para que se parta por mitad con sus tres hijos Carmen, Juana y Juan para que compren una casucha, lo hago en rememoración de la lealtad con que me han servido desde que tuvo la edad de 10 años”.

La iglesia también fue parte de la explotación de esclavos, pues el historiador cita más documentos con fecha de 20 de febrero de 1747, en los cuales se comercializan esclavos, uno de estos corresponde a la venta de un joven.

“El doctor Don Tomás de Figueroa, presbítero cura de Quisapincha, vende a Don Manuel Fajardo… un negro esclavo nombrado Manuel Criollo, azambado de 23 años, más un loro; que lo hubo de Don Jerónimo Gallegos, Secretario de Cámara de Gobierno que fue del Ilustrísimo Señor obispo de este Obispado, con todas sus tachas y enfermedades o buenas, alma en boca, costal de huesos, sin excepción alguna, sujeto a servidumbre… en precio de 360 pesos”.

Reino aclara que el término ‘costal de huesos’ quería decir que está próximo a morir por flaco y desnutrido y que en aquel tiempo compraban esclavos en esta situación para luego engordarlos y venderlos a mayor precio.

Esclavizar la propia sangre

Una parte que es develada en este libro es que muchas de las esclavas que servían en las casas y haciendas eran embarazadas por sus patrones y que al poco tiempo los niños nacidos también terminaban como esclavos y en muchas ocasiones vendidos a comerciantes o familias para la servidumbre.

Uno de los casos documentados en los archivos de la ciudad y contados por Reino en este libro corresponde a Don Miguel Jijón Cuevas que murió en septiembre de 1749 en Ambato, en donde su escribano Antonio Balenzuela plasma en el papel el arrepentimiento que el ya moribundo tenía al confesar que esclavizó a su propia sangre.

Otro prócer de la Independencia que aparece dentro de los documentos relacionados con la esclavitud es Mariano Egüez, quien como heredero de su tío Don Alejandro Egüez reclamó la propiedad sobre su esclavo Tomás que había quedado en libertad y heredado 200 pesos después de la muerte de su patrón.

Sin embargo, los documentos que reposan en el archivo nacional en Ambato muestran que Egüez siguió bajo instancias legales por alrededor de dos años procesos para que Tomás sea su esclavo y apenas algunos meses antes del 12 de noviembre de 1820 envía documentos con la intención de que se haga su voluntad.

Todo esto termina en 1821 donde Egüez desiste de este proceso debido a la presión del procurador Don Gaspar de Marañón.