Quito se queda sin protagonismo en la política nacional 

Plaza Grande
Vista de del monumento a los Héroes del 10 de agosto de 1809, en el centro de Quito.

La capital cosecha amargos resultados, luego de décadas de ausencia de sus elites del acontecer nacional. Desde 1992 no ha sido elegido un presidente o vicepresidente capitalino. ¿Cuál es el riesgo de permanecer fuera del tablero?

ANÁLISIS. Aunque no se hable de ello por miedo a evocar los fantasmas del regionalismo, la verdad es que la capital ecuatoriana se ha deslizado a un bache inocultable en la participación política nacional.

En el Legislativo, al momento, imperan partidos cuya identidad y base electoral yace en la Costa. En el Ejecutivo, el presidente Daniel Noboa es parte de un grupo económico guayaquileño, y la vicepresidente Verónica Abad, cuencana. Entre los asambleístas más relevantes y de mayor reconocimiento, en los últimos comicios, no se cuenta ningún quiteño.

A ello se le debe sumar que, si se considera al expresidente Sixto Durán Ballén quiteño —una imprecisión tolerable, dada la vinculación política y social que tuvo con la capital—, desde 1992 no ha sido elegido un presidente o vicepresidente capitalino. No solo que la Amazonía y Cuenca han generado liderazgos alternativos, sino que incluso, como se observa en el movimiento indígena, dentro de la Sierra misma el protagonismo se ha alejado de la capital.

Posiciones de tradicional importancia, como la Alcaldía de Quito, han sido ocupadas por políticos a la sombra de caudillos costeños, como Pabel Muñoz, o por líderes asociados a tendencias distanciadas de la capital, como Jorge Yunda con Pachakutik. ¿Qué pasó? 

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Mal recuerdo

La crisis de generación de líderes políticos en Quito arrancó hace mucho tiempo. A fines del siglo pasado, partidos nacionales con núcleo en la capital, como Izquierda Democrática o la Democracia Popular, permanecieron décadas bajo el control de cúpulas que dificultaron un relevo generacional de calidad.

Al mismo tiempo, el escabroso desenlace del gobierno de Jamil Mahuad desprestigió severamente a las tendencias políticas urbanas, de centro y estatistas, distantes del caudillismo, asociadas con Quito. 

La rebelión contra la ‘partidocracia’, que comenzó con el derrocamiento de Lucio Gutiérrez y continuaría con el encumbramiento de Rafael Correa, también significó, en la práctica, un descabezamiento de la clase política quiteña.

Aunque el movimiento arrancó en la capital, el expresidente Rafael Correa lo cooptaría; tras su ascenso, rompería paulatinamente con la mayoría de los cuadros quiteños y al resto los relegaría a una posición secundaria.

Él mismo señalaría, luego de su periodo, a las tensiones regionalistas como uno de los mayores factores de ruptura dentro de su movimiento. Gran parte de esos cuadros marginados volverían con el régimen de Lenín Moreno, pero el mal desempeño de este implicaría, nuevamente, el desgaste de toda una generación de políticos alineados capitalinos, especialmente aquellos jóvenes.

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El gobierno del expresidente Guillermo Lasso seguiría un guion parecido. Arrancaría con un gobierno cercano a sectores demopopulares y tecnócratas de Quito, pero terminaría alineándose con otros de Guayaquil; los giros en los ministerios de Economía y Gobierno serían las mejores muestras de ello. Ahora el régimen de Daniel Noboa arranca con un equipo monolíticamente costeño en los campos determinantes.

El gran impacto de la crisis 

Es innegable que los grupos económicos de la Costa han demostrado mayor disposición a involucrarse abiertamente en la política. Los dos últimos presidentes de la República —Daniel Noboa y Guillermo Lasso— son titulares de importantes bloques económicos de Guayaquil, y otros dos candidatos recientes —Jan Topic y Otto Sonnenholzner— caen en la misma categoría.

En el caso de Quito, aunque décadas atrás ciudadanos como Camilo Ponce, Rodrigo Paz, Andrés Vallejo o Roque Sevilla tomaban parte en la política partidista, en la actualidad el repliegue, el ocultamiento, de los grupos económicos es evidente, pese a que Pichincha es la provincia que más paga impuestos, la segunda más poblada y la que más pérdidas ha sufrido en los dos paros más recientes.

A ello debe sumarse que sectores tradicionales de la economía de la Costa, como el banano o el camarón, se encuentran en época de crecimiento, mientras que sectores con gran impacto en Quito como los lácteos, la agricultura para el mercado interno o el petróleo, enfrentan prolongadas crisis. 

Cultura, ideología y el riesgo de estar fuera

La tradición política quiteña se encuentra además en desventaja en los tiempos actuales. La ‘nueva política’ —centrada en la comunicación directa con los ciudadanos, el empleo de redes sociales y los mensajes efectistas— no empata bien con la cultura capitalina, más formal, frugal, discreta, adepta a la comunicación más ritualizada y enrevesada. El tradicional distanciamiento de los políticos de la región hacia la cultura popular tampoco ayuda, en un momento en que la seducción de las masas apolíticas resulta determinante. 

Al mismo tiempo, no se debe confundir el acentuado anticorreísmo de Quito —propio de su tradicional resistencia a los caudillos fuertes— con una inclinación ‘derechista’ de corte neoliberal. La capital permanece políticamente estatista, con predominio de la clase media y una preocupación por la distribución de la riqueza, en contraste con Guayaquil, que exhibe una debilidad por los caudillos y prioriza el crecimiento económico. Esa vena antiautoritaria y centrista de Quito —en los tiempos actuales de liderazgos carismáticos, mensajes simples y costumbres histriónicas—, hace que diste mucho de ser un semillero de exitosos políticos contemporáneos. 

La pregunta que, no obstante, prevalece, es qué sucederá políticamente con la capital si es que el predominio guayaquileño en la política conduce a un abandono progresivo de la región. El político serrano más relevante este momento, Leonidas Iza, no es quiteño ni es de centro, y los grupos de poder de la capital corren el riesgo, por su ausencia prolongada de la política, de terminar cercados entre el creciente radicalismo de la Conaie y la indiferencia de grupos costeños cada vez más prósperos (DMS).

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