El alto riesgo del ‘buenismo’ en la política ecuatoriana

Esta estrategia política, de no confrontar con ideas, tiene consecuencias.

Esta estrategia que, a primera vista parece pacificadora, guarda serias consecuencias para la democracia. El país vive una etapa que se ajusta a esas características. Lo contamos.  

ANÁLISIS. El país vive una etapa donde parece que va ganando una tendencia: el buenismo. Esta estrategia política valora el pacifismo, es muy tolerante con las diferencias, abandona la política clásica que es la confrontación de ideas y considera que el diálogo sostenido es la única salida. Esto porque todos son buenos y válidos interlocutores.

No obstante, el buenísmo, puede traducirse también en “amortiguación, escape o dilación”, dice el pensador español Valentí Puig. En uno de sus ensayos sobre el tema, señala que esta es una consecuencia de, justamente, “desactivar la necesidad de la política”.

En el caso del Ecuador esta estrategia, más inclinada al escape, nació de las entrañas del correísmo. Esa tendencia fue la primera en asegurar que el anticorreísmo era únicamente perseguidor y no una postura válida enmarcada en la política. Que se necesitaba de un nuevo aire, sin un supuesto odio. Claro, se reforzó el argumento cuando perdieron las elecciones con Guillermo Lasso, en 2021.

Luego, eso contagió a los socialcristianos, quienes reforzaron su línea de supuesto pragmatismo. Y ahora esa idea está en Carondelet. Actualmente, correístas, socialcristianos y los seguidores del presidente Daniel Noboa consideran que el país ya no está para confrontaciones o supuestas persecuciones, sino para soluciones. Y, en parte, eso siempre es verdad.

Pero, con el buenismo de por medio, ya se hacen pactos con los que uno quiera o con cualquiera. Ya no se confronta. Solo se dialoga, ya que nadie es “malo”, todos vuelven a cero en la medición de la calidad de personas o de propuestas políticas.

Borra el pasado, la autoridad, incluso el anhelo de justicia y de acabar con la corrupción. Nadie debe juzgar y nadie puede quedarse en reclamos. Una especie de dictadura de lo políticamente correcto.

El mismo presidente Daniel Noboa ha dividido las aguas entre los ‘anti’ y los ‘pro’. Anti quienes hacen problema, los críticos. Pro, los que siguen sus políticas. El propio Noboa ha dicho que es mejor dialogar con los que no lo critican o cuestionan.

Esto es muy digerible cuando los políticos son muy mal vistos por la ciudadanía. Aunque, al final, es la paradoja de los últimos tiempos: políticos hablando mal de la política y de sus colegas, los mismos políticos.

Cuatro pilares del buenismo a la ecuatoriana

El que practica el buenismo amortiguador emprende ese camino por intereses, cualesquiera que estos sean. En la política ecuatoriana vivimos una etapa que ya se acopla, sin duda, a esas características.

Pero, ¿por qué?

Hay cuatro síntomas. El primero es el temor del regreso al correísmo; así, es mejor callar que hacer daño a quien se impuso a esa tendencia. Por ello es que hay la percepción de silenciamiento, incluso en la sociedad civil, tal como lo advirtió y reclamó Xavier Bonilla, Bonil, el laureado caricaturista ecuatoriano, en una reciente entrevista a Ecuavisa.

Segundo. Hay un agotamiento, un hartazgo, de lo que hace la política. El país ha sufrido, en las últimas décadas, decepción tras decepción con las autoridades. Demasiadas elecciones. Más el cruel silenciamiento de personajes que combatían a las mafias, como Fernando Villavicencio. Prefieren tener esperanza. Pero una, que según el pensador Jaime Costales, es la “esperanza pasiva”, que se trata solo de esperar que las cosas cambien para bien, sin hacer nada para conseguir ese cambio.

Tercero: el espejismo de que la política no importa. La política, para algunos pensadores, es el más alto encargo en una sociedad, y rige en la vida de las personas. Pero, al no ser relevante o decepcionante, hay la ilusión de que sin ella se puede seguir. Y no. Los políticos siguen decidiendo sobre la vida de todos. Día a día.

Cuarto: el pacto legislativo. La sociedad política, integrada por correísmo, socialcristianos y los seguidores de Noboa, hace que los problemas ya no parezcan tan grandes o inexistentes. Ejemplo: pese a que los asesinatos y extorsiones continúan (como las dos personas en una Iglesia en Manta hace dos días), las críticas ya no llevan el calibre de la época de Guillermo Lasso. Otro: pese a las críticas a la ley económica urgente, fue aprobada en la Asamblea con los votos de los socios críticos.

Entonces, sin confrontación, base de la política, los enemigos políticos han desaparecido. Todos son buenos. Todo se tolera. Todo se acepta.

Las consecuencias (el buenón)

En la política de la calle, de las redes sociales, nada ha cambiado. La droga sigue saliendo por los puertos, las mafias siguen dominando desde las cárceles (la arremetida en Esmeraldas es otra prueba), la corrupción tiene las mismas facilidades de hasta hace cinco semanas. Los comentarios ásperos llueven.

Por ello, Puig señala que el buenismo alienta a crear una sociedad civil inmadura, que pierde su capacidad de iniciativa, al confiar a ciegas y sin contrastar. Que no confronta. Lo que es, para el ‘buenón’, lo mejor que le puede pasar. (JC)

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