La trampa de la apatía

La etapa final de año ha resultado dura y desafiante para los ecuatorianos. El país cerró con indicadores económicos inferiores a los que se habían presupuestado e intenta aún dejar atrás toda la convulsión que trajo la muerte cruzada. Las perspectivas de una gobernabilidad justa y sensata se desvanecieron ante la osadía de las nuevas fuerzas del Legislativo. Para rematar, el caso Metástasis evidenció el grado de penetración del Estado por parte del crimen organizado y debilitó todavía más la confianza ciudadana en la clase política.  Todo eso, además, en medio de un contexto mundial de crisis e inestabilidad que puede terminar golpeando al país de diferentes maneras. Pese a ello, de manera ejemplar, la gente persiste en una actitud optimista y constructiva. 

En momentos como este, la apatía y el fatalismo favorecen únicamente a los enemigos del bien común. Nada mejor, para todos aquellos que lucran de la corrupción, del desgobierno y de la violencia, que una ciudadanía irremediablemente resignada, incapaz de reaccionar en defensa de sus intereses, convencida de que no hay salida. Al contrario, es necesario tener presente que la situación sí se puede remediar y que hay medidas puntuales que el país puede adoptar para retomar la senda del progreso. Igualmente, es imperativo tener presente que la mayoría de la población es honesta, que el país sí cuenta con gente para conducir su proceso de avance, y, sobre todo, que los causantes del caos son una minoría ínfima que puede y debe ser claramente identificada y sancionada.

Ese aliento de esperanza, propio de estas fechas, es lo que los ecuatorianos más necesitamos ahora.