El nuevo chivo expiatorio

El presidente Guillermo Lasso está sufriendo una despiadada arremetida desde todos los frentes. Todos los candidatos, hasta los que parecían afines, se distancian de él; organizaciones que apoyaban sus políticas, ahora las critican sin tregua; de hasta debajo de las piedras aparecen expertos en economía, seguridad o política a decir que todo lo hizo mal. De poco le sirvió no presentarse a elecciones; quieren convertirlo en el chivo expiatorio para, por lo menos, el próximo lustro.

Además de injusto, este proceder es contraproducente. Poner la culpa en una sola persona distrae a la ciudadanía de los problemas estructurales e institucionales, la verdadera raíz de todo. Esa serie de anomalías —el déficit fiscal, la deuda, las barreras constitucionales, la crisis de la seguridad social, el codigo laboral obsoleto— también le aguardan al nuevo mandatario. Si desde ya, su único argumento ante estos desafíos va a ser culpar a su predecesor, no logrará movilizar el apoyo político y ciudadano necesarios para corregirlos.

El presidente Lasso cometió la equivocación de creerse más fuerte que el sistema y de pensar que el problema eran apenas un par de rivales. Se convenció de que podía arreglar el país en ‘minutos’, gobernar sin Legislativo ni alianzas, y que apuntar con el dedo a culpables le conquistaría la clemencia ciudadana. Su popularidad y autoridad se pulverizaron ante el choque con la realidad de las estructuras. Los nuevos candidatos y los líderes de opinión no deberían repetir ese terror. Deben conducir la atención de la gente hacia la raíz del problema, en lugar de crear villanos o venderse como héroes.