Filosofía perenne

Yveth Romero Padilla

Yveth Romero

Debemos estas palabras al título de una de las obras de Agostino Steuco, humanista renacentista del siglo XVI. Hace hincapié a la permanencia de una tradición de sabiduría, que es patrimonio de todos los seres humanos: Una búsqueda, un ideal común en todos los tiempos y para todos los pueblos. La filosofía siempre fue, para todas las civilizaciones, tanto de Oriente como de Occidente, un camino hacia la verdad, un sendero que lleva de la ignorancia hacia el conocimiento profundo. Comprender los grandes misterios ha sido la búsqueda de todas las civilizaciones.

Así, la filosofía permite al ser humano vislumbrar un camino hacia la sabiduría, iniciando por el conocimiento de uno mismo, del universo y de las leyes que lo rigen todo, desde el macro hasta el microcosmos. Sin duda, el primer misterio al que nos enfrentamos es hacia nuestro verdadero ser: ¿quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi destino o el destino de la humanidad? El amante de la sabiduría, el “Filósofo”, es el eterno buscador de la verdad. Permanece siempre en su interior, buscándose a sí mismo, tratando de liberarse de las cadenas de lo material, para encumbrarse a los misterios más elevados, aquellos que lo emparentan con la divinidad, el dios en su interior.

Grecia, Roma, La India, El Tíbet, Egipto, Aztecas, Mayas, Incas… No me alcanzaría este artículo para mencionar a todos los pueblos antiguos, a todos su textos de sabiduría, a todos sus héroes santos y grandes hombres que, en su momento histórico, transmitieron el poder de la filosofía para transformar y transmutar el alma de plomo en una de oro. No podemos negar que la filosofía perenne es de todos, de todos los pueblos. Nos proporciona un camino hacia la verdad, hacia la luz, alejados de la ignorancia, ser cada vez más humanos.

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