Emily Torres Larriva
Aquí seguimos, cruzando los dedos, esquivando las balas, presenciando hechos cargados de violencia, sucesos donde predomina la descomposición, somos presos de nuestros administradores de justicia, somos víctimas de quienes están llamados a proteger nuestros derechos.
Los últimos acontecimientos no son coincidencias, todos los días, los que estamos abajo pisoteamos un terreno árido donde se camina solamente si asentimos a las trampas del sistema.
Ser bueno no está de moda y eso nos puede llevar a “cometer grandes errores” seguramente podremos perder hasta la vida. La ola de violencia, las noticias e imágenes que rondan en las redes sociales son solo una pequeña muestra de la descomposición que nos domina, callar voces no cuesta nada.
Naturalizamos transitar en una ciudad subyugada por bandas y narcotráfico, simplemente hemos cambiado los horarios de trabajo, nos exhibimos menos y las rutas de movilidad deben ser aleatorias, tal como si estuviésemos viviendo una película del viejo oeste donde todo se resuelve con plomo. La justicia es todo menos equidad, la verdad es todo menos veracidad.
Lamentos de desaliento sobran, normalizar las muertes, sistematizar la corrupción, fortalece las mafias y aquellos funcionarios dominados por el billete, seguir defendiendo este modus operandi, seguir aplaudiendo a los narcos políticos, seguir alabando a los prófugos deja números rojos en la sociedad.
Los que aún estamos vivos, debemos escondernos, no hablar muy alto y callar ante todo lo que sucede en nuestra esquina, porque no hay aliados, no hay administración de justicia, ya no hay patria.
Si aún existe esperanza, está agonizando y seguirá viviendo solamente en el nicho de las mentes lúcidas que partieron por luchar contra el cáncer que nos ha invadido, y que poco a poco se sigue tomando los pocos órganos que le faltan. ¡Qué lamentable! ¡Qué miedo! ¡Qué injusticia! ¡Qué impotencia! vivir en un país de derechos, de derechos comprados y de letra muerta.