Lorena Ballesteros
“¡Mami, todas van a ir con vestido a la fiesta!”, me dijo mi hija, días después de que le hubiera comprado una blusa para combinar con una falda. Estaba invitada a su primera fiesta semiformal y el evento se iba transformando en todo un acontecimiento. “¿Quiénes son todas?”, pregunté con curiosidad. Tras la virada de ojos habitual, característica de una preadolescente, volvió a repetirme “todas, mami, todas”. Conforme pasaron los días, el tema del vestido no volvió a mencionarse.
Evidentemente, no compré vestido alguno, y mi hija fue con la falda y la blusa recientemente adquiridas. Pero, la palabra “todas” no dejaba de resonar en mi cabeza. Después de hacer investigaciones al estilo Sherlock Holmes (porque ser madre también implica tener dotes de detective) averigüé que “todas” se refería a “las populares”. Que en el vocabulario de personas de entre 12 y 16 años no se atañe a la definición de “perteneciente o relativo al pueblo” como dice la RAE. En esta edad, el término “popular” está más bien relacionado con la nobleza o aristocracia colegial. Aunque el concepto es más complejo, porque también tiene visos de autoridad y hasta de tiranía. Ser popular es además un sinónimo de pertenencia. ¡Un rollo mental!
En fin. Cuando llevé a mi hija a la esperada fiesta le salió a recibir un ejército de clones. Sí, era como mirarse en un cuarto de espejos. ¡Todas!, y aquí sí, ¡todas sus amigas!, estaban vestidas con el mismo estilo de faldas y el mismo tipo de top. Porque en realidad lo que le compré, no fue una blusa, sino una de esas prendas que se usan muy ceñidas al cuerpo. Más tarde, cuando fui a buscarla, salieron otras niñas a despedirla. Sí, todas estaban puestas la misma ropa, lucían el mismo peinado, caminaban al mismo paso…
Durante el trayecto a casa no dejé de pensar en que fui testigo de la invasión de los clones. Lo mismo me sucedió en el centro comercial. Un grupo de chicos con el mismo peinado, los mismos zapatos deportivos, el mismo color de camiseta y de pantalón.
Es como si ahora se pusieran de acuerdo previamente para evitar “hacer papelones” y ajustarse a lo que está “socialmente permitido”. Procuran no salirse de las líneas. Temen ser fotografiados o capturados en vídeo “siendo distintos”. Es una época difícil en la cual ser diferente ya no es un reto, es simplemente imposible.
No sé si son los dispositivos con sus sistemas de mensajería que tienen el poder de aglutinar y al mismo tiempo de excluir. O si son las redes sociales las que ahora imponen y determinan cómo deben verse los menores de edad según su algoritmo. Lo cierto es que los chicos se agrupan en tribus de clones para sentirse seguros. El temor al rechazo, al ser excluidos es lo que más ansiedad les genera. Ser diferente no está de moda. Y sí, se puede ser diferente siempre y cuando se tenga uno que otro clon que secunde la tendencia.
Por lo tanto, es importante que se fomente la individualidad en los jóvenes. Debemos incentivarlos a que verbalicen sus cualidades, a que identifiquen qué los hace especiales. Me rehúso a creer que la realidad es cada vez más parecida a un episodio de Black Mirror.