Cerrar las escuelas es castigar a los niños

Los niños deben ser la prioridad suprema de cualquier sociedad. Es necesario pensar en su bienestar y su educación antes que en cualquier otro factor. Por ello, incluso en las circunstancias más extremas, los países prósperos persiguen siempre preservar a los niños de cualquier efecto que estas puedan tener en su cotidianidad. Sin embargo, en Ecuador se ha vuelto usual transferir a la niñez, de forma casi automática, las consecuencias de cualquier crisis. Sin más análisis ni argumento que la comodidad de una burocracia timorata, se procede a suspender clases y decretar la mal llamada ‘virtualidad’.

Las autoridades viven en un mundo de ficción. Creen que los niños del país pueden quedarse en casa sin sufrir consecuencias negativas.

Cuando cierran las escuelas, la mayoría de niños se ven obligados a permanecer solos en casa, sin resguardo ni supervisión. Cada día sin ir a estudiar significa un día sin acceso al desayuno escolar, que muchas veces es su principal o único alimento.

La llamada ‘virtualidad’ no pasa de un ritual de autoengaño; la conectividad en el país es aún baja, muchos profesores ni siquiera tienen acceso a internet y gran parte de alumnos carecen de los dispositivos necesarios. A ello se suma que la metodología y los materiales educativos no están hechos para la modalidad en línea, por lo que el aprendizaje deviene en un completo fracaso. ¿Por qué insistir en este proceder tan dañino?

Incluso en medio de este ‘conflicto armado interno’ es necesario pensar en opciones; quizá una suerte de tregua que permita que las escuelas sigan funcionando a toda costa.