Hemos sembrado vientos

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Carlos Freile

Y hemos cosechado tempestades. Los sabios analizan las diversas causas del auge de la criminalidad organizada en nuestro país. Enumeran aspectos indiscutibles, los desmenuzan desde la sociología, la economía y otras ciencias muy respetables. En este espacio me permito una reflexión, sin pretender mezclarme con los sabios, referida a una circunstancia presente en el protagonismo de adolescentes y jovencitos en actos delictivos dentro de pandillas criminales.

Entre las causas de la fascinación experimentada por menores de zonas deprimidas frente a las agrupaciones delictivas puede contarse la falta de consistencia de las familias de origen. Muchísimos niños viven en familias disfuncionales, casi siempre por la ausencia del padre debida a su irresponsabilidad, fruto, a su vez, de su inmadurez; en ocasiones el padre está presente, pero de manera violenta, abusiva. Esos niños no crecen dentro de una comunidad familiar que los acoja y les ayude a desarrollar los naturales impulsos hacia el encuentro constructivo con otras personas. Esa soledad afectiva les impide integrar valores en su personalidad e integrarse con su entorno humano. Pero el ansia de pertenecer a un grupo humano se halla en los genes, pues ya decían los antropólogos del siglo XIX que “el ser humano es un animal gregario”. Al no soportar una vida de aislamiento, con frecuencia caen en el consumo de drogas o buscan una comunidad que los acoja (o ambas salidas juntas). Esta nueva comunidad puede ser un grupo delictivo, en él estos parias de la sociedad se sienten acogidos, valorados de cierta manera, miembros de una hermandad que les ayuda a resolver no solo sus problemas materiales sino psicológicos, no digo afectivos pues las carencias infantiles suelen atrofiar la capacidad de amor maduro.

Lamentablemente tampoco encuentran una comunidad solidaria en la escuela y colegio, cuando llegan a ellos, tanto por una formación en el individualismo egoísta, cuanto por verse obligados a enfrentar a compañeros violentos; el colegio se convierte así, con frecuencia, en el caldo de cultivo donde prosperan los grupos abusivos de matones: se oye a madres de familia modestas quejarse de las amenazas sufridas por sus hijos tranquilos de parte de compañeros armados de navajas, cuchillos, porras y juntos para amedrentar y algo más.

Desde hace muchas décadas nuestras sociedades occidentales han llevado adelante una campaña sistemática y constante contra la familia natural (padre, madre, hijos), la han rebajado a construcción cultural y le han arrebatado su papel protagónico en la educación de las nuevas generaciones. Hoy constatamos que sin familias estables no hay personas estables; al contrario, la inestabilidad les fuerza a buscar comunidades sustitutas, acompañadas con otros oropeles.

Todo lo dicho sin desconocer otros factores complejos para el fenómeno de las pandillas criminales.