Consulta, ¡ya!

Paco Moncayo Gallegos

En octubre de 2016 el Acuerdo Nacional por el Cambio, expresión plural y democrática de organizaciones sociales y políticas progresistas, consideró necesario debatir y acordar un Plan de Gobierno, antes de tratar el tema de las candidaturas. Sirvieron como insumos los proyectos presentados por varios participantes. El diagnóstico era coincidente: el caudillismo clientelar y autoritario afectó a los fundamentos esenciales de la democracia mediante el control de las funciones del Estado y la desmovilización de la participación ciudadana; el sistema de representación política se degradó para instalar un modelo de partido único, mediante el control de la Función Electoral y patrocinando la proliferación de movimientos y partidos políticos débiles y no ideológicos y la corrupción campeaba en la administración, protegida por políticas públicas que amparaban la impunidad.

Para corregir esta deplorable situación, el Acuerdo estableció el restablecimiento de una democracia plena, política, social, económica y territorial; consolidar un Estado constitucional de derecho con división e independencia de los poderes del Estado; reforma del sistema de partidos y de la función de control electoral, que permita una expresión libre y respetada de la voluntad popular; fortalecimiento de la participación ciudadana como una forma de enriquecer la democracia, asegurando la autonomía de la sociedad civil para organizarse y expresarse; supresión de las organizaciones paraestatales creadas por el régimen; promoción de la ética pública y la lucha contra la corrupción con autoridades de control independientes; administración democrática de las empresas públicas y la creación de comisiones cívicas contra la corrupción.

Para esta monumental tarea se requería reformas inmediatas a normas constitucionales y legales. El debate se centró en la forma de lograrlo. Enrique Ayala Mora planteó la necesidad de una Constituyente y otros pensamos que, dadas las circunstancias, sería preferible una consulta para, de manera quirúrgica, cortar por lo sano el cáncer del caudillismo que había impedido el desarrollo material y espiritual del pueblo ecuatoriano en una década desperdiciada.

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