Quito no existe

Manuel Castro M. | RS 63


QUITO EN TERAPIA INTENSIVA. El Quito mítico, el de las leyendas, tradiciones y exageraciones, ya no existe. Sus personajes, tal vez únicos sino geniales, quedan en la imaginación, y en las letras de compiladores como Edgar Freire que con pasión y afecto los rescata. El olvido, tan necesario para la memoria, cubre con su triste manto su historia a momentos leal y noble para algunos personajes. Como dice T.S Eliot: “Las casas viven y se mueren; hay un tiempo de edificar”.

Lo que se ha edificado del Quito histórico ventajosamente en buena parte está intocado, lo que ha desparecido es su alma que bien dicen: “ Se vive dónde se ama”. A la ciudad capital del Ecuador la visitan los turistas y el común de los quiteños la ignora ya que viven en el Norte o en los Valles, un poco por “estatus” y otro por comodidad. Pero no hay que olvidar que si bien las “casas viejas se van”, como dice una canción, sus viejos habitantes o fantasmas aún permanecen aunque silenciosos.

EL QUITO AÑORADO
Dice del Quito de 1900 Raúl Andrade, ilustre periodista, del que pocos hablan ahora: “Imaginaos una aldea hecha para organizar el tráfico de huracanes helados. Aldea de casas chatas, sobre cuyos tejados uniformes se yerguen campanarios desafiantes que taladran el cielo con sus agudas cúpulas y el alma de las gentes con el tañido lúgubre de las campanas”. Sin embargo en ese Quito abundaban los bohemios, los curas, los liberales y conservadores terratenientes pero piadosos, las beatas y las damas recatadas y a veces rescatadas para la vida, y el tren humeante que era la novedad de la época. Para los ricos vinos extranjeros, para el pueblo aguardiente. Como decía un personaje de entonces: “Hay tragos buenos y malos, ninguno intomable.”

Pero junto con la novelería avanzaba en Quito la tecnología. Diseños futuristas- o eso creían-, con pujos revolucionarios se sucedían en Quito, a los que llamaban “confort” que los gringos tenían decenas de años antes.

El encanto de los piropos de los galanes estaba más en el coche que conducían, que reemplazaba la gracia y audacia de los chullas de a pie. Merced al petróleo a partir de 1972 nos transformamos en unos pobres ricos. El gran avance fue que en vez de ir en vacaciones a Conocoto, el Tingo o Cunuyacu, su destino era Miami; en vez de disfrutar del “Omoto” Albán se viajaba a Disney “World, pues al Evaristo reemplazaba el Pato Donald y a la Jesusa la Daysy.

Los de la clase media (“media estúpida”, decía Malfalda) iban a las playas porque creía que necesitaban “broncearse” y “descansar”, así estén desempleados. Los “mucho lote”, endeudándose un poco, paseaban por el mundo en grandes barcos llamados “cruceros”, olvidándose de las sencillas canoas del “Almirante Sola” en la Alameda.

Las serranas antes tan recatadas en las playas se volvieron populares por sus audaces “bikinis” merced ante tanto sol y destape, causando admiración excesiva en los ñaños monos y justa envidia en las curvilíneas costeñas.

CIUDAD ANÓNIMA


LOS ILUSTRES QUE ABUNDABAN
En el viejo Quito muchas vidas ilustres tuvieron su cabal realización: Gabriel, García Moreno, Eloy Alfaro, Velasco Ibarra, Isidro Ayora, Galo Plaza, Camilo Ponce, Sixto Durán, como presidentes o dictadores. Los guayaquileños Raúl Clemente Huerta, Carlos Julio Arosemena (a pesar de los “vicios masculinos” que frecuentaban y frecuentan los quiteños) y Otto Arosemena, fueron un lujo importado desde do lame el manso Guayas para la ciudad.

Periodistas de excepción: el quiteño Raúl Andrade, los aquiteñados Manuel J. Calle y Alejandro Carrión, entre otros. Nos queda Simón Espinosa, cuencano tan importado como las placas que conforman el monumento en Quito de la Virgen del Panecillo. Poetas quiteños de valor universal como Jorge Carrera Andrade y Gonzalo Escudero han honrado a Quito. Ochentones como el quiteño Rodrigo Borja y el chambeño avecindado en Quito Oswaldo Hurtado, intelectuales de primera y de intachable honradez, han sido personajes ejemplares, en su momento inteligentes modelos de demócratas, más allá de sus posiciones políticas. Y Quito, cuna de ecuatorianidad, ha sido servido por ilustres maestros: González Suárez, el Santo Hermano Miguel, Alfredo Pérez Guerrero, Manuel Agustín Aguirre, Juan Isaac Lovato, Benjamín Carrión (aparte de suscitador de la cultura e intelectual eminente), María Angélica Idrovo, Isabel Robalino, etc.

Por mala suerte o mala educación hoy nuestros políticos y asambleístas son terribles y decepcionantes ejemplos. Sin dar nombres, son pésimos oradores, enjuiciados penalmente por sobornos, delincuencia organizada. Y los humildes maestros, clase olvidada, mientras se proclama que la educación deben ser la primera en ser atendida para salir del subdesarrollo y la mediocridad. Palabras, palabras, palabras, como dice el personaje Hamlet de Shakespeare. Hoy Quito no solo es una ciudad anónima, sino invadida o a punto de ser nuevamente invadida. Su cultura también es anónima, a pesar del esfuerzo de algunos escritores, pintores, académicos, periodistas, maestros.

LA SAL QUITEÑA
El humor es universal, para empezar. Freud afirma “El chiste es un juicio desinteresado”. Los habitantes de Quito, siempre atribulados por las deudas, la falta de ingresos, matrimonios imposibles, hijos naturales y sobrenaturales, tuvo su salida por el humor, producido por la libertad de defenderse indirectamente del dolor de vivir. El “Terrible” Martínez, siempre endeudado, cuando se le preguntaba qué porque no tenía alguna profesión decía: “Claro que tengo. Soy un hombre de letras… de letras de cambio”. Fue nombrado por su amigo el presidente Galo Plaza Intendente de Policía de Esmeraldas. Por su ineficiencia le llegó un oficio del Ministro de Gobierno que ponía fin a su cargo. El Terrible, como era costumbre sumilló “: “Este oficio no me gusta, matantirutirulá…”.

Benjamín “Sordo” Piedra, “lojano nacido en Quito” como decía, fue un arquero de anteojos por lo que encajó demasiados goles, de vistoso uniforme, símbolo del deporte y del humor. Carlos Andrade cuenta que un equipo guayaquileño le hizo un gol al equipo quiteño, ante lo cual el “Sordo” les dijo: “Nos han hecho un gol pero a ustedes nadie les quita los tres goles que les hicimos en Huigra, Yaguachi y Naranjito”. Tres batallas que ganaron las tropas quiteñas -comandadas por los generales Leonidas Plaza y Julio Andrade- a las costeñas de los Alfaro en 1912, como completa Jorge Ribadeneira en “Anécdotas Quiteñas”.

Cuentan que al afamado médico doctor Pólit quien compró la casa a la “Cuco con cintas” (afamada cortesana y donde tenía su cabaré), para convertirla en hospital, le dijo el “Sordo”; “Le voy a dar un consejo, lávele la casa con permanganato. Desde las tejas.” A sus amigos invitó el “Sordo”con el siguiente menú: Churos a la moda de Carapungo; llapingachos amasados en la batea de los guaguas, por una cocinera, para que tenga un auténtico sabor nativo; caucara obtenido de lonjas secadas en la soga donde dormían los gallos.

Hasta los temidos “Tauras”, negros atractivos y musculosos, fuerza de choque de Flores, cuando unas monjitas les preguntaban si era cierto que mataban y violaban, contestaban con humor quiteño: “Con las decentes mucho respeto, a menos que nos llamen”.

EXTRAORDINARIA INSURGENCIA
La ciudad de Quito ha sido honrada con la vivencia de extraordinarias mujeres: Manuela Cañizares, Manuela Espejo, Manuelita Sáenz, reconocidas históricamente por su labor patriótica. Luego, Matilde Hidalgo de Procel, lojana, primera sufragista mujer, graduada de médica en la Universidad Central de Quito, ciudad en la que ejerció su profesión, quien por sus méritos tiene un monumento en Uruguay. Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña, ecuatorianas, luchadoras incansables por la justicia, igualdad, contra el racismo y explotación a las clases menesterosas. Y cien mujeres más, ya como activistas o madres de familia abnegadas y trabajadoras.

Hoy, para contento y esperanza de Quito, surge y está en actividad un grupo esplendoroso de mujeres, salvo las dedicadas a la política, quienes se han desprestigiado por imitar a políticos inescrupulosos e ignaros. Tal maravilloso grupo la integran: escritoras, pintoras, escultoras, artistas, directoras de orquestas sinfónicas, juristas serias y versadas, magistradas cabales, deportistas exitosas, fotógrafas audaces, emprendedoras, historiadoras nada sectarias, todas de original talento y sensibilidad.Ellas han arrinconados a los varones, y están en vías de sepultar su machismo (tan inútil y despistado como el feminismo).

De seguro que tales mujeres, fuerzas antiguas y nuevas, volverán a convertir a Quito en la ciudad eterna y sagrada, de fraternidad, buenos modales, de humor renovado, de solidaridad y encanto, humilde pero nuestro, en la “Ciudad Franciscana que tiene olor a leyenda”, como poetiza Jaime Sánchez Andrade, olvidado vate quiteño.