¿Quién recogió los restos de Eloy Alfaro?

Una espectacular contrinución histórica rebelada en el aniversario del arrastre, el 28 de Enero de 1.912, cuando los Alfaro y sus Generales fueron inmolados en la pira de El Ejido en Quito.

(( Escuchar el artículo ))

Algunos historiadores y novelistas han sido injustos con el papel de Federico González Suárez durante la macabra jornada que terminó con el arrastre de Eloy Alfaro y sus comandantes. Han afirmado, incluso, que existió complicidad entre el arzobispo y los ejecutores del crimen.

Una lectura serena de los hechos, demuestra todo lo contrario. En primer lugar, González Suárez abogó siempre para que la Iglesia no incursione en política. Cuando fue consultado acerca de la conducta que los católicos debían mantener en el contexto de la Revolución Liberal, su respuesta fue tajante: “No es lícito sacrificar los intereses de la patria por defender los de la religión”.

En segundo lugar, hay que tomar en cuenta quiénes estaban en el poder al momento del asesinato de Alfaro. Nada menos que un sector del liberalismo, que, aunque en pugna con Alfaro, mantenía con la Iglesia una frágil y tensa relación. Bien poco era, por tanto, lo que una sola persona podía hacer frente a una multitud azuzada desde ese poder.

Empero, hubo algo que sí pudo hacer y de lo que casi nadie se preocupó en el frenesí de los acontecimientos. Al anochecer de ese vergonzoso 28 de enero, González Suárez nombró una comisión de tres sacerdotes que fueron al Ejido y levantaron los cadáveres para darles sepultura. La misión era de alto riesgo pues suponía ser blanco de la ira aún enardecida de los arrastradores. No obstante, a las 11 de la noche la comisión logró trasladar los restos al anfiteatro y al día siguiente, luego del reconocimiento jurídico, fueron depositados en el cementerio de San Diego.

No culminó ahí la callada y piadosa tarea del arzobispo. Días más tarde consiguió enviar a Guayaquil los restos de Alfaro. Allí los esperaba, desconsolada, Colombia Alfaro de Huerta, una de las hijas del Viejo Luchador, que así podía, al menos, brindarle su último y atribulado adiós. En este sentido, es importante conocer una colección de documentos que originalmente fue publicada por Diario El Comercio el domingo 16 de junio de 1918 en los meses previos a la acusación formal que realizó Pío Jaramillo

Alvarado. Se trata de cartas y documentos que González Suárez dirigió, en marzo de 1912, al entonces obispo de Ibarra, Mons. Ulpiano Pérez Quiñones, donde narró de manera detallada los sucesos de ese fatídico 28 de enero.

No ha sido posible encontrar la primera carta, pero sí la segunda y tercera. En esta última, el arzobispo adjunta algunos documentos que dan más luces sobre los trágicos sucesos de enero de 1912. He aquí la transcripción:

Los sucesos del 28 de Enero de 1912
Relato del Ilmo. y Rvmo. Señor Doctor Don Federico González Suárez,
Arzobispo de Quito.
Cartas y documentos.
Gobierno Eclesiástico de la Arquidiócesis
Quito, 23 de Marzo de 1912.

Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. Dn.
Ulpiano Pérez Quiñones,
Dignísimo Obispo de Ibarra.
Ibarra
Ilmo. y Rvmo. Señor:

En esta mi segunda carta continuaré refiriendo a V.S. Ilma., los sucesos del 28 de enero.

Cosa de todos admirada y digna de ponderación fue, que, en ese día, la más completa calma siguiera por la tarde a las espantosas conmociones de la mañana: a las seis de la tarde el silencio era admirable y la ciudad estaba tranquila como si nada hubiera sucedido aquel día.

¡La calma, diré mejor, la indiferencia del pueblo era tan completa como si la muerte del general Eloy Alfaro y los suyos hubiera sucedido un siglo antes y no a las doce de aquel mismo día, es decir solamente seis horas ante y cuando los cadáveres estaban todavía quemándose en el Ejido!

De los seis cadáveres formaron tres grupos separados a alguna distancia, dos cadáveres en cada grupo. Don Eloy Alfaro y Luciano Coral; don Medardo Alfaro y don Flavio Alfaro; el general Serrano y el general Páez.

El cadáver de don Eloy Alfaro estaba sobre el de Coral: ambos bocabajo. Como el combustible no fue abundante, ningún cadáver estaba enteramente quemado, sino más bien asado o tostado, aunque los habían mojado en kerosene. Alguien, que, sin duda, se había compadecido de la desnudez completa del cadáver del pobre general don Eloy Alfaro, le había echado encima un paletó viejo para cubrirlo: a las siete de la noche el paletó estaba ardiendo todavía, aunque se habían consumido los extremos.

Observando yo que la calma continuaba en la ciudad, resolví poner por obra mi propósito de recoger los cadáveres, para darles sepultura: nombré una comisión compuesta de tres sacerdotes, que fueron: el Sr. Dn. Alejandro Mateus, canónigo de nuestra iglesia metropolitana; el Sr. Dn. Luis Felipe Herrera, cura párroco de San Blas, y el Sr. Dn. Luis Felipe Sarrade, capellán de una de las escuelas de los Hermanos Cristianos.

Le escribí también una esquela al Sr. Pedro Espinosa, cura de Santa Prisca. Por medio del joven Arcesio Escobar Borja, que vino muy oportunamente a verme con el objeto de dar sepultura a los cadáveres, cuidé de avisar a la Policía lo que pensábamos hacer y solicité licencia y apoyo para realizarlo.

Mi resolución era recoger los cadáveres, ponerlos en ataúdes y llevarlos al cementerio de El Tejar donde serían sepultados cada uno en un nicho; los religiosos de La Merced, a quienes pertenece el cementerio de El Tejar, cooperaron generosamente, en cuanto de ellos dependía, a la realización de mi plan. Todo quedó arreglado en un momento.

Por el informe escrito que me presentó el Sr. Sarrade, del cual remito a V.S. Ilma. una copia, conocerá V. S. Ilma. cómo se cumplió la comisión que de dar sepultura a los seis cadáveres les confié yo a nuestros sacerdotes.

La comisión era ardua y aún peligrosa porque no se podía saber si el pueblo permitiría o no recoger los cadáveres: el primer furor parecía amainado, pero podía volver a encenderse de nuevo con el más ligero pretexto. La comisión, no obstante, cumplió su encargo, más la Policía no permitió que los cadáveres fueran llevados al cementerio de El Tejar y, custodiados por celadores, fueron trasladados desde el Ejido hasta el anfiteatro anatómico. Eran las once de la noche, cuando se verificó, en silencio, la traslación.

El reconocimiento jurídico se practicó el lunes 29 y ese mismo día los cadáveres fueron llevados, con las debidas precauciones, al cementerio de San Diego: el cadáver de don Flavio fue sepultado en el mausoleo propio de él; allí mismo se depositó el cadáver de su tío el general Medardo; los otros tres cadáveres fueron sepultados en nichos distintos; el de Ulpiano Páez lo recogió oportunamente la familia de él.Hubo una circunstancia imprevista que contribuyó a dispersar el innumerable concurso de curiosos que se habían congregado en el Ejido para presenciar la quema de los muertos y fue la fetidez insoportable que se comenzó a percibir así que los cuerpos fueron invadidos por la acción del fuego: el mal olor dispersó en un instante a los espectadores.

El cadáver de don Medardo era el que se había quemado menos: en las tinieblas de la noche los perros habían acudido y ya habían comenzado a devorarlo.Como le adjunto la relación del Sr. Presbítero Sarrade, pongo fin a esta carta, dejando otras cosas para la siguiente. Como siempre, de V. S. Ilma. y Rvma., afectísimo e ínfimo siervo en Nuestro Señor Jesucristo.

Carta tercera

Gobierno Eclesiástico de la Arquidiócesis
Quito, 27 de Marzo de 1912
Ilmo. y Rvmo. Sr. Dr. Dn.
Ulpiano Pérez Quiñones,
Dignísimo Obispo de Ibarra
Ibarra.
Ilmo. y Rvmo. Señor:
La narración de los sucesos del veintiocho de enero exige que le remita copia de algunos documentos sin cuya lectura esa narración quedaría incompleta. Los documentos que le remito a V.S. Ilma. son los siguientes:
Primero. Copia del telegrama de la señora Colombia Alfaro de Huerta. Este telegrama lo recibí el sábado 27, a las ocho de la noche poco más o menos: no lo contesté porque no quise darle yo a la señora una noticia tan terrible para ella y me quedé callado.
Segundo. Copia del telegrama del señor general don Leonidas Plaza Gutiérrez. Este telegrama no fue hecho directamente a mí sino al señor Agustín Cabezas, intendente de Policía, el cual me lo hizo entregar a mí y yo lo recibí a las siete de la mañana.

El señor Cabezas asegura que me lo mandó entregar en la misma noche y que el palacio no se abrió a pesar de haber golpeado las puertas y llamado al teléfono: así ha de ser. Pero, ¿a qué hora recibió el telegrama el señor Cabezas? En el mismo telegrama se expresa que fue recibido a la media noche: luego fue llevado al señor Carlos Freile Zaldumbide, para que él, como encargado del poder ejecutivo, lo viera primero y resolviera si se me había de entregar o no a mí; así lo refiere el mismo señor Cabezas en un folleto que, por orden del Gobierno, se imprimió pocos días después. Por lo tanto, sería la una de la mañana cuando se dieron los golpes a la puerta del palacio y se llamó al teléfono.

A esa hora, preguntaré yo: ¿qué podía hacer yo para salvar la vida de los presos? ¿Podía convocarse a esa hora la Junta Patriótica Nacional? ¿Era yo acaso el presidente de esa Junta? Supongamos que yo hubiera recibido el telegrama a la una de la mañana y que también la Junta se hubiera reunido antes del amanecer: ¿Qué hubiera hecho sino excitar al gobierno a que tome las medidas eficaces para seguridad de los presos? ¿Habría podido hacer algo más? ¿Tiene acaso la Junta bajo sus órdenes algún batallón de soldados? ¿Ejerce alguna autoridad sobre los celadores o gendarmes de la Policía? ¿Qué habría podido hacer la Junta?

Se ha asegurado y hasta por la prensa que el telegrama del señor General Plaza a mí no fue sencillo sino insidioso; ¿tuvo, en verdad, ese telegrama una segunda intención? Dejemos a Dios el juicio de las intenciones de los hombres: Dios es el único juez a quien nadie puede engañar.

Como V.S. Ilma. sabe, el palacio tiene portero: el portero duerme en el aposento contiguo a la puerta del palacio y, cuando en altas horas de la noche golpean, siempre se contesta. ¿Solamente en la madrugada del veintiocho no se oirían los golpes? Hay cosas que parecen raras pero que se explican fácilmente pues no sin razón en las Letanías de los Santos pedimos a Dios que nos libre del odio, de la ira y de la mala voluntad ajena.

Tercero. Mi telegrama de contestación al señor general Plaza. Tan pronto como supe que los presos habían entrado ya al Panóptico, creyéndoles salvados de todo peligro, me puse a escribir mi contestación al señor general Plaza pero aún no había acabado de copiarla en el papel de oficio o fórmula cuando llegó a mi conocimiento lo que en el Panóptico había sucedido: dejé, pues, la contestación para el día siguiente y, en efecto, la despaché el lunes.

Cuarto. Un ejemplar impreso de mi Súplica de la cual le hablé ya a V.S. Ilma. en mi primera carta.
Quinto y Sexto. Un telegrama del señor Dr. Dn. Clemente Huerta y de su esposa, la señora Colombia Alfaro, y mi contestación telegráfica.
Séptimo y Octavo. Mi carta privada al señor doctor Huerta y su respuesta a esta carta mía.

Me parece muy necesario que V.S Ilma. conozca estos documentos, por lo cual le envío una copia de ellos.

Cuando el Sr. Gral. Dn. Julio Andrade regresó de la campaña me dio una copia de un telegrama que él me había dirigido desde Guayaquil y al cual yo no contesté nada porque no me fue entregado ni llegó a mi conocimiento.

Le envío también una copia de este telegrama (Documento noveno).
De V.S Ilma. y Rvma, afectísimo e ínfimo siervo en Nuestro Señor Jesucristo.

DOCUMENTO PRIMERO

TELÉGRAFO NACIONAL

Telegrama de Guayaquil
Quito, a 27 de enero de 1912
Hora de recepción: 5h45

En medio de mi desesperación acudo a usted como única áncora de salvación para conservarme la vida de mi idolatrado padre a quien llevan a esa ciudad como preso político; espero que U. oirá está súplica de una hija, que en su importancia podrá hacer algo en favor de su padre que no tiene otra esperanza que en el Todopoderoso y en su representante en esta tierra.

Perdone Sr. mi abuso en molestarle y compadézcase de la desgracia. Su admiradora y S.S
Colombia Alfaro de Huerta
DOCUMENTO SEGUNDO
TELÉGRAFO NACIONAL

Telegrama de Guayaquil
Quito, a 27 de enero de 1912
Hora de recepción: 11 p.m

Ilmo. Señor Arzobispo:

Apelo a los sentimientos humanitarios y cristianos para que emplee toda su influencia en favor de los prisioneros de guerra que son conducidos a Quito. Vele Ud. por la vida de estos señores, a fin de que la justicia cumpla con su deber. Un acto de sangre y de violencia sería un escándalo ante el mundo que nos exhibiría muy tristemente.
Apelo a U., apelo a la Junta Patriótica, apelo al noble pueblo quiteño para que todos reunidos cuiden a los prisioneros y contengan la ira popular que es inconsciente. La tragedia de ayer tiene consternada a toda la ciudad y hasta el pueblo que la consumó está arrepentido y avergonzado.
Deme una respuesta pronta pero respuesta tranquilizadora.
Soy del Ilmo. Señor.
Leonidas Plaza Gutiérrez

DOCUMENTO TERCERO

Telegrama
Señor General Leonidas Plaza Gutiérrez
Guayaquil

Ayer, a las siete de la mañana, recibí su telegrama. Estaba escribiendo la contestación cuando aconteció la acometida del pueblo al Panóptico: así que los presos entraron al Panóptico creí que se había salvado la vida de ellos. No es posible que usted pueda ni siquiera imaginar la escena de ayer: lo menos unas cinco mil personas a quienes nadie podía contener. La fuerza militar fue arrollada y el Panóptico invadido.
Su atento servidor,
+ Federico
Arzobispo de Quito

Quito, 29 de Enero de 1912

DOCUMENTO CUARTO

Súplica
Ruego y suplico encarecidamente a todos los moradores de esta católica ciudad, que se abstengan de hacer contra los presos demostración ninguna hostil: condúzcanse para con ellos con sentimientos de caridad cristiana. Lo ruego, lo suplico en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
+ Federico
Arzobispo de Quito
Quito, 28 de Enero de 1912

DOCUMENTO QUINTO
TELÉGRAFO NACIONAL
Telegrama de Guayaquil
Quito, a 4 de Febrero de 1912
Hora de recepción: 10h50

Señor Ilustrísimo González Suárez,
Arzobispo

En la horrible desgracia de que somos víctimas, quisiéramos tener el consuelo de recoger los restos de nuestro padre el general Eloy Alfaro y de Medardo Alfaro su hermano para darles aquí sepultura.

Conocedores de sus sentimientos humanitarios e inagotable caridad nos dirigimos a U. rogándole encarecidamente nos preste su eficaz apoyo para cumplir tan sagradas obligaciones (palabra ilegible) como sea posible.

De antemano presentamos a su Señoría Ilustrísima nuestra gratitud por tan importante favor.
Quedamos de su Señoría Ilustrísima, seguros servidores.
Colombia Alfaro de Huerta
E. Clemente Huerta

DOCUMENTO SEXTO
Telegrama
Señora Colombia Alfaro de Huerta
Guayaquil
Recibí hoy su telegrama: procuraré desempeñar su encargo con esmero. En esta misma semana le escribiré por correo el resultado.

+ Federico
Arzobispo de Quito

Quito, 5 de Febrero de 1912

DOCUMENTO SÉPTIMO
Gobierno Eclesiástico de la Arquidiócesis
Sr. Dr. Don Clemente Huerta
Guayaquil

Mi apreciado Señor:

El lunes recibí el telegrama firmado por Ud., y por la señora de Ud., y ese mismo día lo contesté. Me he puesto de acuerdo con el Sr. ministro de Estado a cuyo cargo están los asuntos de Policía y hemos resuelto que los dos cadáveres se conserven en Quito hasta que puedan ser transportados a Guayaquil, porque, pesadas todas las circunstancias presentes, no sería prudente exhumarlos ahora.

El cadáver del Sr. Medardo está sepultado en el mausoleo del Sr. Flavio, en el cementerio de San Diego y allí en el mismo cementerio, en un nicho separado se halla el cadáver del Sr. Eloy.

El cementerio pertenece a la Hermandad o a la Asociación Funeraria Nacional, y les he recomendado al presidente y al tesorero que manden cuidar con esmero el cadáver del Sr. General, padre político de Ud., espero, pues, que ese cadáver se conservará en paz hasta que llegue el día de enviarlo a Guayaquil.

Saludando atentamente a la Señora de Ud., me suscribo de ustedes, atento y seguro servidor.

+ Federico
Arzobispo de Quito

Quito, 8 de Febrero de 1912.

DOCUMENTO OCTAVO

Ilmo. y Rmo. Señor Dr. Don
Federico González Suárez,
Arzobispo de Quito
Quito

Ilmo. Señor:
Recibimos el telegrama de V. S. I. en respuesta al que le dirigimos mi esposa y yo solicitando que nos enviara el cadáver del Sr. General Alfaro, mi padre político. Por el último correo recibí también la carta de V. S. I. que contesto hoy, agradeciéndole de todo corazón por los importantes favores que nos ha dispensado interviniendo personalmente en este asunto, proporcionándonos datos seguros y precisos acerca del paradero de los cadáveres del Sr. General y de su hermano y sobrino y, sobre todo, recomendando al presidente y tesorero de la Hermandad Funeraria Nacional para que manden cuidar con esmero el cadáver del general Alfaro.

Esta recomendación de V. S. I. será, sin duda alguna, acatada y pienso que debido a ella se conservará en paz el cadáver hasta que pueda ser exhumado y llegue el día de ser enviado a esta ciudad; no obstante, mi esposa y yo, rogamos a V. S. I. perdone nuestra insistencia al pedirle encarecidamente que, perseverando en su obra humanitaria, vigile porque el cadáver del general se conserve con toda seguridad.

Grandes son las obligaciones que la religión y la moral imponen a los hijos para con sus padres, pero no sólo el deber sino principalmente el afecto de mi esposa por el suyo, la consideración de haber fallecido el general de tan desgraciada manera, lejos de sus hijos y de todo auxilio humano, nos impulsaron a solicitar de V. S. I. intervención y ayuda para conservar siquiera los despojos.
Reiteramos a V. S. I. la manifestación de nuestra sincera gratitud.
Quedo de V. S. I., atto. y S. S.
E. Clemente Huerta

DOCUMENTO NOVENO
TELÉGRAFO NACIONAL – Repetición

Telegrama de Guayaquil
Quito, a 7 de Febrero de 1912
Señor Ilmo. González Suárez
Diga V. S. una palabra de conmiseración para con estos infelices prisioneros y salve al país de una vergüenza que nos haría aborrecible.
Julio Andrade.

La Revista Semanal de Diario La Hora deja expresa constancia de su agradecimiento a Pablo Rosero Rivadeneira por esta colaboración, que es una profunda investigación histórica y que aclara uno de los capítulos más vergonzosos de la Historia Ecuatoriana y hace justicia a un gran hombre, ejemplar sacerdote y mejor historiador como fue Federico González Suárez tan vilipendiado por el oscurantismo.

Marco Cerna, Ph.D.