No hay enfermedades, hay enfermos

Autor: Gabriel Ordoñez Nieto | RS 71


Un aforismo se escucha mucho entre profesores y estudiantes de medicina, enfermería y otras disciplinas relacionadas con la salud: “no hay enfermedades, hay enfermos”

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La vida de los seres vivos transcurre como una interacción constante entre su potencial genético y su entorno. En el caso de los mamíferos, este fenómeno empieza desde el mismo día de la fecundación, al cigoto le toca sortear algunos ambientes y dificultades antes de anidar en la matriz y continuar un viaje, no exento de peligros. Cada ser es único e irrepetible, salvo contadísimas excepciones.

Una de las máximas que se aprende rápidamente en el ejercicio de la profesión médica, es que no hay enfermedades, sino enfermos. También se aprende que la enfermedad se puede manifestar de muchas maneras, con una variedad de signos y síntomas diferentes que parten de un tronco común que es la enfermedad. Esto supone que cada persona reacciona frente a las numerosas causas de los padecimientos de acuerdo a sus características biopsicosociales únicas e irrepetibles. Esto explica la variabilidad observada tanto en el cuadro clínico como en su severidad. También las diferencias en la respuesta al o los tratamientos instaurados y en las cifras de mortalidad. La Covid19 ha mostrado con claridad la verdad contenida en las afirmaciones anteriores.

Este concepto trasladado a otros órdenes de la vida deja ver ciertas similitudes. Según el cristal con se mire, reza un refrán muy popular, las percepciones de la realidad pueden ser diferentes. Es válido recurrir a la caverna de Platón para explicar este aserto. Del análisis de la alegoría se puede colegir que nuestras percepciones pueden ser engañosas, mirar la realidad en todos sus detalles demanda el esfuerzo de ver las cosas tal como son, sin ceder a la confusión. La difusión mediática y las ideas hegemónicas logran moldear los puntos de vista y hasta la manera de pensar sin que las personas, necesariamente, se percaten de ello. El engaño aupado por la voluntad de mantener a la gente con poca información o alejada del progreso científico contribuye a un discernimiento pobre de las cosas y las realidades.

El errático manejo de la Covid19 con desinformación, ocultamiento y demás fallas sirve de ejemplo para preguntarse, ¿que intentaron y que intentan el gobierno o las autoridades encargadas de su manejo con estas actuaciones? En los tiempos actuales es muy difícil mantener en la sombra la verdad de los hechos relevantes. Con acuciosidad y paciencia se logra investigar en las numerosas fuentes disponibles y establecer nexos entre hechos, dolosos o no, y personas públicas o privadas.

Cuadro de la enfermedad institucional
Para nadie es desconocido que la sanidad en el país está muy enferma y que los signos y síntomas de su enfermedad se manifiestan en casi todos sus órganos aunque no todos están afectados del mismo modo ni con la misma intensidad, la solución, por este motivo, no es la misma en todos los casos.
Cada afectación puede ser examinada por uno o más de los integrantes del equipo de salud y cada cual está en capacidad de establecer la etiología del problema y ubicar causas en el propio sistema sanitario o fuera de él. Causas intrínsecas o extrínsecas dificultan la tarea de precisar la afectación, se configuran así, entidades multicausales.

Si los encargados de abordar a la sanidad enferma son los estudiantes de medicina de los últimos años, los internos rotativos o los posgradistas van a encontrar un paciente incapaz de crecer y expandir, en sus hospitales, el número de plazas indispensables para mejorar su formación médica con actividades prácticas y destrezas adquiridas en el día a día de la gestión profesional; miopía al identificar las discriminaciones de género o de raza y sordera selectiva al no escuchar los clamores que buscan fomentar la investigación y aumentar los cupos para formación especializada. También le notarán abúlico cuando le toca reconocer mejores estipendios a quienes se lo merecen por compartir actividades docentes y asistenciales, estas últimas: agotadoras y exigentes.

Cuando los profesionales examinan a la sanidad enferma encuentran una obesidad mórbida representada por una infraestructura orientada a cubrir la atención de enfermos de todo tipo en detrimento de lo necesario para fortalecer la atención primaria de salud o “asistencia sanitaria esencial, basada en métodos y tecnologías prácticos científicamente fundados y socialmente aceptables, puesta al alcance de todos los individuos de la comunidad, mediante su plena participación y a un costo que la comunidad y el país puedan soportar en todas y cada una de las etapas de su desarrollo, con espíritu de autorresponsabilidad y autodeterminación” No es atención de segunda clase destinada a comunidades vulnerables, es una estrategia dirigida a todos los sectores sociales sin distinción. Se encarga de actividades como: suministro de alimentos y nutrición adecuada, agua potable y saneamiento básico, asistencia materno-infantil, la planificación familiar, inmunizaciones, prevención y lucha contra las enfermedades endémicas locales, suministro de medicamentos esenciales, y tratamiento apropiado de las enfermedades y traumatismos comunes.

Esta obesidad de larga data, por lustros alimentada por los gobiernos de turno, no tiene solución porque la construcción de mega hospitales ha sido un denominador común. No han importado las recomendaciones de organismos internacionales o nacionales para atender lo prioritario porque un hospital se proyecta como imagen política de preocupación y eficiencia a más de que facilita y encubre actos de corrupción como los observados ahora mismo en el país. La mascarada se redondea cuando las instalaciones se inauguran con mucho boato sin contar con el personal necesario y con equipos tomados de otras unidades. La obesidad es de manejo muy difícil porque suma la excesiva contratación de personal para funciones administrativas y de servicios con una significativa reducción de profesionales de la salud a los que se sobrecarga el trabajo.

La sanidad del país carece de organicidad y de sistematización y por ello descarga problemas por distintos órganos a la vez. Los esfuerzos por dotarle de un Código Orgánico de la Salud (COS) han naufragado por años en la turbulenta marea legislativa caracterizada por el manejo errático de conceptos y principios por sujetos dispuestos a defender intereses particulares antes que la salud de los ecuatorianos; preocupados por imponer un cúmulo de sanciones administrativas, civiles y hasta penales al personal de salud antes que promover el mejoramiento continuo de la calidad de la atención médica mediante becas y cursos de capacitación al personal encargado de la delicada tarea de brindar cuidados cálidos y de alto contenido humano; cicateros a la hora de establecer remuneraciones justas y compatibles con las responsabilidades y esfuerzos realizados.



Una insensibilidad idiopática afecta a la sanidad ecuatoriana. La cabeza, vale decir, la autoridad sanitaria nacional según la legislación vigente, afronta con evidente quemeimportismo, la problemática en su conjunto: la corrupción campea, la desorganización es la norma, las adquisiciones de insumos, equipos y medicamentos acusan procedimientos opacos y laxos, con numerosos círculos viciosos, que imposibilitan desde el acuerdo necesario para impulsar un cuadro nacional de medicamentos básicos hasta las compras para lograr precios compatibles con la realidad del mercado y la situación económica del país.

La sanidad ecuatoriana tiene algunas enfermedades carenciales. Le falta empatía, no logra ponerse en el lugar de la mayoría de ciudadanos y comunidades que soportan en pleno siglo XXI, el problema de la desnutrición crónica infantil, presente desde hace 25 años por lo menos, sin lograr reducirla del oprobioso 25 por ciento vigente hasta la fecha.

Le falta autoridad y firmeza, pues una laxitud de conciencia, le impide vencer a la endémica corrupción que debilita sus finanzas y su credibilidad. No ha podido seleccionar a sus conductores ni a sus trabajadores porque con anuencia de altos personajes del ejecutivo se han nombrado o contratado personas no capacitadas para el desempeño de las funciones que corresponden al cargo o, actúan como enlaces o cómplices en la ejecución de oscuros negocios como se ha podido constatar en estos tiempos de pandemia causada por el SarsCov2. Es fácil colegir que la gestión sanitaria pierde eficiencia y eficacia cuando los encargados de su planificación y ejecución desconocen la compleja administración de la salud y carecen además de los recursos suficientes para ejecutar acciones para atender todos los asuntos relacionados con la salud.

Tratamiento sugerido
No hay enfermedades, hay enfermos. La salud ecuatoriana, requiere de tratamiento radical o de cirugía mayor, practicada por cirujano probo y decidido a sajar el voluminoso vientre de la corrupción para drenar sin anestesia los abscesos y extirpar las numerosas metástasis que carcomen lo poco que queda de tejido sano en las distintas instancias de su actividad, sustantiva e indispensable, para cumplir con el derecho constitucional a la salud.

El gobierno debe apuntar a un pacto social serio que cuente con la aceptación de la comunidad en su conjunto, de los profesionales y trabajadores de la salud, las fuerzas armadas y policiales, la Junta de Beneficencia y gremios de distinto orden. La tarea no se vislumbra fácil en un país acostumbrado a cuestionar todo y satanizar los acuerdos.

Con liderazgo honrado y comprometido es posible. Con información y educación sanitarias impartidas desde la etapa preescolar se logrará el caro anhelo de fomentar el autocuidado y gozar plenamente del derecho a la salud.

Está muy bien mantener vinculación con organismos internacionales, escuchar sus recomendaciones y adherirse a sus propuestas en materia de objetivos por alcanzarse en los años venideros.

Es un imperativo confiar en los recursos humanos nacionales para las tareas de dirección, planificación, evaluación y ejecución de las prestaciones y tareas operativas en la salud ecuatoriana y otorgar incentivos para alcanzar una adecuada distribución de los profesionales y trabajadores de la salud en todo el territorio nacional. Es imprescindible cortar, en la medida de lo posible, la concentración de recursos en determinadas ciudades del país.

Los programas de especialización deben ser constantes, deben responder a las necesidades del país y en todo caso deben ser remunerados y con afiliación al seguro social. La devengación de la beca debería suspenderse y en su lugar asignar, cuando se firma el contrato, plazas de trabajo permanente al término de su formación de posgrado.

Aplicar estrategias de supervisión y evaluación de todos los procesos en marcha para asegurar su correcta ejecución y evitar la prolongación de los problemas hacia estados crónicos de difícil solución.

La bioética debe ocupar un sitio preponderante en el día a día del trabajo en la salud. La pandemia ha dejado al descubierto numerosos problemas que dan cuenta de la debilidad de todos los actores en este campo.