Hace más de 30 años, Cristian Preciado, decidió ganarse la vida como pescador artesanal. Dice estar dedicado ‘en alma y cuerpo’ donde la paciencia, la observación y la dedicación, lo hicieron un buen pescador.
Tiene 49 años de edad, y por mucho tiempo ha soportado vicisitudes del oficio que escogió y que heredó de sus ancestros, pasando jornadas de 12 y 15 horas sobre su canoa o panga, esperando y remendando redes, repasando espineles, desde la madrugada oscura y hasta la más negra noche, en la playa o mar adentro por días.
Cuando sale a trabajar no sabe si volverá con vida donde su familia. Se encomienda a San Pedro, no solamente para tener una buena pesca, sino para que los proteja, ya sea de un naufragio o de ser víctimas de la piratería.
Su rostro está endurecido por el sol, sus brazos fortalecidos por la constante lucha con las redes o con los remos; y la lluvia y el viento lo han acostumbrado a soportar las inclemencias del tiempo en el mar.
La falta de luz en el agua hace navegar a ciegas, y las embarcaciones se vuelven invisibles para muchos barcos, por lo que es necesario agudizar los sentidos.