Una nueva esperanza

Los ecuatorianos ratificaron su compromiso con la democracia transparente y sin odios. Ni años de inescrupulosa oposición, ni la amplia y sostenida campaña para inyectar rencor y miedo lograron convencer a los ecuatorianos de volver a tropezar con la misma piedra del pasado. Aunque dista mucho de ser el definitivo, cada triunfo de las fuerzas democráticas ratifica, con creciente solvencia, el rechazo del país hacia el autoritarismo tramposo y revanchista.

El presidente electo, Daniel Noboa, no debe errar en autopercibirse como un nuevo caudillo agraciado, pues recibió un voto condicionado, de una ciudadanía cansada y desesperada.

Es imposible lograr orden y seguridad en las calles si es que no prima antes un mínimo de civismo, decencia y buena fe en los espacios del poder político. Ya no se puede aspirar a gobernar culpando a otros ni perpetuando esa división entre ecuatorianos que tanto daño ha hecho; lo fundamental es lograr, cuanto antes, que el  grueso de la población perciba beneficios tangibles de la nueva gestión.

Al nuevo mandatario le sobran problemas graves que enfrentar, pero le faltarán recursos y, sobre todo, tiempo para solucionarlos. Deberá aprovechar cada día y oportunidad, y buscar acuerdos con los diferentes sectores y lanzar iniciativas que revivan la fe de la población en un progreso posible. Ecuador votó por una figura joven, afable, ligera y abierta al diálogo; ojalá el nuevo mandatario sepa permanecer fiel a quienes lo llevaron al poder.