Trapear el piso con la Democracia

Aquel que debió ser el capítulo más trascendente del juicio político —interpelación del presidente Lasso y su defensa ante el Pleno—, resultó forzado y soso. A los asambleístas interpelantes no les quedó más opción que emplear hipérboles, exageraciones cursis y una efusividad artificial para dotar a la acusación de una fuerza de la que carece. El Presidente, a su vez, usó apenas una fracción del tiempo del que disponía, y se apegó al mismo guion cansino; con poco entusiasmo ejerció su defensa y se dirigió a quienes lo persiguen, para condenar a unos y extender la mano, a otros.

Guillermo Lasso permitió que la obra avanzara hasta su último acto. Aunque otras instituciones también contribuyeron a que las cosas tomaran este curso, persiste la impresión de que el Presidente nunca supo —o nunca quiso entender — la gravedad de lo que se le venía encima; a él y al país. En su altivez, les regaló a sus adversarios el gusto de someterlo a la lapidación pública y prematura de su carrera política.

Para sobrevivir, podría gobernar como debió hacerlo desde un principio —convenciendo, cediendo y negociando—, pero eso ya no depende de él. La ‘muerte cruzada’, en cambio, no tendría sentido si solo sirve para postergar su final y a costa del país; valdría la pena en caso de convocar a un verdadero frente mayoritario que, con una Asamblea Constituyente, ponga fin a la artimaña constitucional de Montecristi.

Mientras los ciudadanos observamos cómo los políticos trapean el piso con la poca institucionalidad y confianza que queda en esta débil democracia, el escenario político se definirá, en los próximos días, según los plazos que fijen unas autoridades legislativas que Correa, Nebot y Lasso llevaron al poder.