Nuestros migrantes y la apertura inevitable

Aunque la situación, de acuerdo a los registros oficiales, mejoró ligeramente el año pasado, la migración irregular de ecuatorianos hacia los Estados Unidos continúa. Nuestro país ostenta las mayores cifras de Sudamérica y alcanza niveles que ya solo rebasan las repúblicas del Triángulo Norte Centroamericano —sociedades subyugadas por el crimen organizado y el colapso institucional— y México. La migración no es algo necesariamente malo ni nuevo, pero preocupa el contexto de riesgo, drama humano y, especialmente, de desesperanza con respecto al futuro del país, bajo el que se está llevando a cabo. Lamentablemente, décadas de decisiones erróneas han terminado construyendo en Ecuador un sistema económico que no alcanza para todos —especialmente en el momento actual de bono demográfico— y el éxodo actual es muestra de ello.

Ecuador sigue siendo un país exageradamente aislado del mundo —inexplicablemente apartado del auge de globalización financiera y comercial que ha visto la humanidad en épocas recientes—, por lo que resulta comprensible que tantos compatriotas con aspiraciones vean su futuro afuera. Medidas populistas o demagogia sentimental no bastan para revertir ese proceso; se requiere un cambio sistémico sostenido: facilitar inversión, abrirse al comercio, liberalizar el mercado laboral, educar para un mundo global, fomentar crecimiento.

El futuro de Ecuador conlleva de una u otra forma —como el de todos los países pequeños, incluso los más desarrollados—, mayores lazos comerciales, financieros y migratorios con el mundo. Si no lo hacemos de forma ordenada, seguirá imponiéndose la ilegalidad.