Hace falta operadores, no aduladores

La ciudadanía tiene buenas razones para preocuparse y desconfiar del régimen si es que el propio ministro de Gobierno, Francisco Jiménez, sabe tan poco como dice saber. En su entrevista con LA HORA afirmó que no sabe si el presidente Guillermo Lasso llamó al expresidente Rafael Correa en busca de acuerdos, ni si alguien del Gobierno mantuvo reuniones y acuerdos con el asambleísta Ronny Aleaga. Tampoco sabe qué pasará con la Comisión de Fiscalización ni puede garantizar que no habrá movilizaciones. Para alguien cuya principal función es, en teoría, facilitar la gobernabilidad del país, parece no estar muy al tanto de lo que hacen sus superiores, sus colegas y sus contrapartes de otras fuerzas.

Optimismo parece tener de sobra. Se trata, no obstante, de un optimismo ilegítimo. Jiménez intenta convertir las mesas de diálogo con la Conaie y los acuerdos que se derivaron de ellas en un triunfo del Gobierno, cuando, al contrario, las mesas de diálogo son resultado de una contumaz derrota del Estado, y los sucesos de junio fueron producto en gran parte de la indolencia gubernamental que los precedió y de una pésima gestión de la crisis en sus primeros días. Lo mismo con la consulta popular —consecuencia de la crisis de gobernabilidad— y de la supuesta estabilidad económica —sostenida sobre un altísimo costo social—; no hay nada que celebrar en ello. 

La baja popularidad de Lasso no se debe a la ‘soledad del poder’ de la que habla Jiménez, sino a un comprensible temor de parte de la ciudadanía ante el aumento de la violencia, y ante la demora de la ansiada reactivación y las reformas urgentes. El Presidente no necesita triunfalistas ni aduladores, sino gente que le desbroce el camino; en ello debería trabajar el Ministro.