Andrés Ojeda Sotomayor
Recientemente se realizó en México el «Doceavo Parlamento Infantil de los Niños y las Niñas, 2023», conformado por una cámara parlamentaria, el sistema nacional de protección de la niñez y adolescencia, entidades educativas, derechos humanos y una comisión de niños y niñas que fungieron como «diputados/as infantiles». Las propuestas instaron al diálogo entre progenitores e hijos sobre el buen uso y riesgos de las redes sociales. El control parental de la seguridad de los dispositivos móviles. Evitar el contacto con desconocidos en plataformas digitales para la prevención de desapariciones y muertes. Erradicar la violencia física, psicológica, los actos discriminatorios y machistas. Implementar terapia psicológica permanente a nivel escolar. Incluso se abordó la preocupación por el medio ambiente.
Todo bien hasta que se pregonó con brío la «igualdad de género», que nada tiene que ver con pedir equidad de derechos, condiciones y oportunidades. La niñez merece ser escuchada. Su inocencia los destaca como ejemplo para la humanidad, pero también los hace sensibles a la alienación. En mi opinión, estos eventos están dirigidos desde un poder legislativo que obedece a agendas particulares. Un Estado no puede vulnerar esos preceptos.
Claudio Naranjo, brillante maestro y escritor chileno, menciona que el modelo pedagógico tradicional es obsoleto. La maquinaria educativa vigente genera subdesarrollo, pobreza interna, detrimento de la calidad de vida y de las relaciones interpersonales. La nueva educación debe procurar seres conscienstes y empáticos. Enseñar para el desarrollo personal, la sabiduría y el autoconocimiento; no así estudiantes que memorizan asignaturas como máquinas artificiales para obtener una calificación y ser promovidos. Se requiere una cultura para la vida y una formación en valores. Nos proclamamos Homo sapiens, pero somos más Homo demens. Estamos en la era de la degradación moral y la falta de humanismo. Es cuánto.