Alberto Rogelio Vélez

Nadie se cansa
Brenda Valdivieso Vélez

Brenda Valdivieso Vélez

¿Cómo expresar en palabras de lo que está lleno el corazón? Y más aún cuando se trata de una persona que infunde admiración y respeto, pero, sobre todo: amor.

Podría detenerme a enumerar incalculables logros y triunfos alcanzados con el pasar de los años o quizás enlistar a personas que de igual forma lo admiran y lo quieren. También podría referirme a su trayectoria laboral que continúa hasta hoy en día o encauzarme en su habilidad para aprender y ejercer una gran cantidad de oficios.

Sin embargo, como reflexioné desde un inicio, prefiero enfocarme en su corazón y su nobleza. Elijo hablar sinceramente y con cariño del abuelito al que yo conozco: aquel hombre tan sabio y tan justo, que cuando miro sus ojos mi corazón rebosa de nostalgia y felicidad, porque admiro el reflejo de la lealtad y sé que es un hombre bueno.

Contemplo su blanca cabellera: aquel cabello de plata, sinónimo de inagotable sabiduría y continuo aprendizaje. Escucho atentamente sus palabras que se convierten en consejos e historias: reflejo de su inigualable experiencia y agradezco a Dios por permitirme ser tan afortunada y llenarme con aquellas preciadas anécdotas que también yo empiezo a repetir con tanto gusto a quienes me rodean para no perder la valiosa memoria que me entrega.

Me detengo en sus dedos tallados por la vida que siempre están dispuestos a secar las lágrimas de mis mejillas. En tanto, sus oídos son aquellos que están ahí para escuchar en todo momento, a cualquier hora, en cualquier día y aunque estemos lejos, a la distancia, en cualquier lugar.

Observo detenidamente sus manos y quedo absorta pensando cuán hermosas son. Esas manos que me cuentan sobre un camino de sudores, de penas y dulzuras. Han trabajado mucho y han sufrido; saben de la alegría y de la angustia; supieron dar el pan, plantar el árbol, cultivar el rosal, dar la ternura.

Espero algún día lejano y dulce, tener también mis manos como las suyas, la gente dirá: ¡qué hermosas manos, cuánto saben de glorias y de luchas! Y yo responderé que tuve el más grande ejemplo de rectitud, perseverancia y de dulzura.

Con ver físicamente a mi abuelito, puedo llegar finalmente a lo esencial de su ser. Entiendo claramente la persona que es y sobre todo el gran corazón de oro que tiene para repartir fortuna entre todas y todos, pues nos alegra con su sola existencia.

Su presencia es la mejor herencia y agradezco por su vida tan preciada que llega a noventa años de entregar con devoción diariamente los más grandes legados, aprendizajes y enseñanzas.

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