TLC con China

Verónica Narváez

Verónica Narváez Terán

Respecto al Tratado de Libre Comercio (TLC) con China, se puede hablar mucho sobre la importancia y los beneficios de igualar las condiciones de las agendas comerciales mundiales. Acceder a nuevos mercados es la panacea para la producción ecuatoriana; se estima un aumento del 8.4% en el crecimiento de las exportaciones de nuestros productos emblemáticos, como el camarón, el banano, las rosas, entre otros. Además, abre las puertas a la exportación de productos no tradicionales que queremos ofrecer al mundo. A simple vista, se vislumbra un crecimiento económico para Ecuador.

No obstante, las ‘letras chiquitas’ de este tratado casi lo convierten en una venta de alma al diablo. Algunos podrían decir que es una exageración, pero en la práctica, el Tratado incluye la importación de productos de China y también sus residuos. ¡Sí, los residuos de China! Con toda la aparente magnífica oferta en mano y la realidad del tema, ¿es acaso permisible pasar por alto el hecho de que se autoriza el ingreso de residuos de diversas índoles, transformando potencialmente al país en un lugar más cercano al infierno?

Tomemos, por ejemplo, la categoría A0 mencionada en el listado de productos que van a ingresar al Ecuador gracias al Tratado; se encuentran «lodos de gasolina con plomo y lodos compuestos antidetonantes con plomo». Si este tipo de residuos no le preocupa, quizás debería considerar el que hace referencia a «escorias y cenizas, incluidas las cenizas de algas, cenizas y residuos procedentes de la incineración de desechos y residuos municipales».

En resumen, no queremos la basura de China. Nada compensa el posible daño ecológico, velamos las decisiones de la Asamblea para priorizar la calidad de vida y el bienestar a largo plazo sobre los beneficios económicos inmediatos.

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