La inseguridad es algo que nos afecta a todos, en diferentes medidas y modos, pero a todos, en fin. Es increíble como este clima de constante tensión y miedo en el que vivimos ha logrado cambiar nuestros hábitos y cotidianidades haciendo que hasta algo tan simple como salir a andar en bicicleta se haya transformado en algo peligroso.
Hablar hoy de seguridad podría parecer redundante, sin embargo, son las conversaciones que se tienen las que definen a las sociedades. Entonces, cuando hablamos de violencia, es importante detenernos a ver sobre qué hablamos y desde dónde conversamos. ¿Cuáles son las preguntas que nos hacemos y cuáles las cifras que nos importan? El año 2021, Ecuador tuvo la peor estadística en una década, sobrepasando las 2.300 muertes violentas. El 2022 no empezó mejor, la inseguridad rompió récord en enero, con 270 muertes por violencia. A esto se suman las macabras imágenes y audios que se difundieron desde el interior de los centros penitenciarios, producidas en los enfrentamientos más letales de la historia carcelaria del país.
¿Todo esto por qué? Porque lamentablemente, convivimos con la sensación de miedo. Tuvimos que aprender a trazar planes estratégicos para sobrevivir de la inseguridad, en medio de una política de estado que en materia de seguridad cada vez se observa más indolente. Directa e indirectamente nos están matando, nadie responde por nada ni por nadie, cada quien se cuida a cómo puede, La percepción es generalizada, no importa el barrio, o la ciudad. Todos sufrimos lo mismo: la inseguridad, y como problema integral, tiene diversas causas que se desprenden de la cultura, los contextos, las carencias y las realidades ligadas a la desigualdad, a la falta de oportunidades, al desempleo, a una precaria educación y a la pobreza, que conviven hoy en un ecosistema de individualismo, desconfianza frente a la justicia y una constante microcorrupción, que al final puede ser peor o tan dañina como el microtráfico de drogas, y que a la larga puede definir nuestro futuro.