El nacimiento

Yveth Romero Padilla

Yveth Romero

Era el 24 de diciembre de 1223, Francisco de Asís, que había llegado a Greccio, pidió a Honorio III el permiso necesario para hacer la representación del nacimiento de Jesús. El santo encontró una cueva en un bosque  donde decidió recrear el pesebre. Esa noche con el talán de las campanas, San Francisco de Asís revivió el nacimiento de Jesús.

Cuenta además que, milagrosamente, por unos instantes, la figura del niño se plasmó en sus brazos. ¿Pero qué sentido tiene poner el pesebre o nacimiento en nuestros hogares durante estas épocas? Las imágenes que representan el nacimiento forman un círculo, donde la cueva simboliza al mundo, al cosmos, y a nosotros mismos, nuestro microcosmos; es el mundo misterioso, oscuro, del alma, que encuentra la luz cuando nace Jesús.

En el centro se encuentra el Rey, el eje del círculo, es el Niño que, en nosotros, es la conciencia superior, es un niño inocente, al cual hay que cuidar, proteger y ayudarlo a crecer. La estrella que colocamos en la parte superior del nacimiento simboliza la esperanza y la luz necesaria para poder ver el camino que nos lleva a alcanzar una vida mejor, más humana.

 Esta estrella, colocada en la punta del árbol de Navidad, nos recuerda el firmamento, ahí donde intuimos a la divinidad.  En nosotros, es la luz de la fe que, como un faro en la oscuridad, debe guiar la vida. En la antigua Roma, esa luz de guía, inspiraba la ceremonia del Sol Invictus, celebrada desde siempre, por muchos otros pueblos en la Tierra. Es el triunfo de la luz sobre la oscuridad, es el sol espiritual, es el Niño-Sol.

Ahora podemos adornar nuestro ‘pesebre’ con otros ojos, más internos, con más sentido, para que nazca en nuestro corazón la luz interior, victoriosa sobre la opacidad de nuestra alma, para ser cada vez buenos, cada vez más humanos.

Nueva Acrópolis Santo Domingo