Cine vs. Literatura

Nicolás Merizalde
Nicolás Merizalde

Muchos de mis amigos están seguros de que el cine es la experiencia artística suprema porque condensa al resto y nos hace más sensibles y cultos. A veces lo dicen de forma reduccionista y me asusto cuando insinúan la decrepitud de la literatura o volverla apenas el borrador de algún guión. Cuando eso ocurre me veo en la obligación de defender un arte herido por su mala mercadotecnia, pésimos profesores y dificultades prácticas. 

La historia del cine es tan corta que no podemos acceder de tú a tú hasta las voces más antiguas y recónditas como sucede con Dante o los antiguos griegos. La tradición literaria es tan amplia que es casi una verdad decir que todo está en los libros, incluso lo que se le escapa a Google. Pero la antigüedad -una vez más- es insuficiente. 

Samantha Schweblin, escritora que estudió cine, me ayudó a entender que quien lee crea y eso lo cambia todo. Mientras el lector inventa un florero sobre una mesa y debe encontrar su florero y sus flores por una razón íntima y desconocida y su propia mesa; el director tuvo que dar las suyas al público. Esa exigencia creativa que ejercita el lector es lo que hace diferente la experiencia de leer vs la de ver. Eso y la posibilidad de mantener una “voz en off” que nos permite acceder al pensamiento de otro, algo que el cine no puede brindarnos.

Por eso las redes neuronales que se activan al leer son mayores y la concentración, cuando el texto lo merece y nos merece, es tan profunda que crea una extraña plenitud. Los psicólogos afirman que los cerebros concentrados son más felices y nos previenen de lo poco que nos concentramos últimamente.

Y no me malinterpreten, amo el cine, pero no creo en artes mejores y peores. En todo caso, hay buenas y pésimas obras, pero todo arte es necesario, y ninguna vida está completa sin ellos o, en todo caso, es menos feliz.