La casta política hoy

Sofía Cordero Ponce

Las sociedades antiguas, antes del desarrollo del liberalismo y los regímenes democráticos, estaban divididas en grupos diferenciados de acuerdo a distintas características como la etnia, la religión o la clase. Lo importante entonces, era mantener las divisiones sociales que determinaban, a su vez, los derechos de las personas.

Ejemplos de esto encontramos en Europa con la división entre el clero, la nobleza y el pueblo; en América con la división entre la república de españoles, la república de indios, y las diversas categorías que se usaban para agrupar a las personas mestizas. Y si volvemos la mirada al presente, el sistema de castas en la India divide la sociedad en cuatro categorías principales: brahmanes, kshatriyas, vaishyas y shudras.

“La casta tiene miedo”, fue el mensaje de campaña de Javier Milei con el que logró ganar la Presidencia luego de impactar en los sectores cansados con las políticas del último Gobierno del kirchnerismo. Años atrás, Pablo Iglesias de Podemos lo utilizó en España para referirse a la clase política tradicional y, más recientemente, el líder de Vox, Santiago Abascal, también lo utilizó para atacar a la “casta sindical” y otros sectores de la izquierda. Vemos en todos estos ejemplos que el término se utiliza para designar al otro, al contendor político, sin importar tanto su ideología política o identidad.

Sin embargo, si volvemos al sentido histórico de la casta, resulta un término muy potente para designar a aquellas élites políticas que se acomodan en el poder y gobiernan de acuerdo a sus propios intereses hasta convertirse en una amenaza para la democracia. En Ecuador, los casos Metástasis y Purga nos han mostrado las relaciones entre el crimen organizado y una clase política que desde la Asamblea Nacional logró manejar la justicia en su favor. Hoy, nuestra democracia es víctima de una casta que lejos de fortalecer y ampliar el Estado de derecho, lo carcome y debilita a pasos agigantados.