¿Qué estamos construyendo?

El saludo como norma mínima de educación; la comprensión de que no todo nos pertenece, y el respeto al pensamiento y a la honra de los demás, significan los intangibles más grandes que puede demostrar una colectividad en su convivencia.

La música, el teatro, la plástica y la literatura muestran los intereses del conglomerado social porque los hacedores de las obras estéticas son los transportadores de los intereses sociales. En definitiva, somos como sociedad lo que busca nuestra propia sensibilidad y dependemos de  los llamados incorpóreos  para apuntar hacia el mal o el bien.

La lucha de poderes entre lo bueno y lo malo se convierte en la razón de ser de la humanidad. Platón ya hablaba de esto en su mito del caballo alado: a veces ganaba el caballo negro, en ocasiones el blanco. Parecería que en la actualidad siempre estamos derrotados por el lado negativo.  Nos hemos acostumbrado a la violencia y a la mentira como norma de vida; a la política deshonesta y como trinca para la fama y el enriquecimiento ilícito; al ocio y la dejadez como metas “felices” de una vida “cómoda”.

Vale preguntarnos qué estamos construyendo, a dónde caminamos, a quién seguimos, qué esperamos y cuál es nuestra meta como sociedad y nación.

La política, como arte de gobernar, debe traducirse en una forma de servicio a los demás, pero los políticos no entienden eso; tampoco  su condición de mandatarios, de encargados del poder, pues más vale en ellos su gloria propia, sus réditos de toda índole, al punto de que son hojas al viento en el vaivén de la mezquindad de tantos líderes y demagogos que caotizan las verdaderas y más nobles intenciones sociales, sometiéndolas a sus propias vanidades e intereses.

Por ejemplo, las mayorías políticas en  la asamblea saben que su voto no es el correcto, que sostienen engaños y trafasías, pero aun así, lo ejercen para sostenerse en los sitios y condiciones de privilegio, en donde el poder y el dinero les sonríen, mientras los ciudadanos comunes miran desde sus paupérrimas existencias, los vicios de sus gobernantes. 

En cada contienda electoral los candidatos se despepitan por ganar. Les faltan palabras, vida y promesas para engatusar y creerse predestinados a servir al resto, cuando no entienden que esa acción no solamente se ejerce en los puestos ilustres, en los que los grandes sueldos y los negociados son el pan del día.

Si los candidatos tanto se afanan por servir a los demás, deberían hacerlo en los sitios de necesidad: ancianatos,  hogares de huérfanos, casas de acogida para indigentes, refugios para menesterosos y hospitales para enfermos terminales. Allí serían más útiles, en calidad de  voluntarios, que de alzadores de la mano en la asamblea, sin criterio alguno, cuanto detrás de algún designio procaz del caudillo vivaracho que les dirige. A las claras, la historia no ha construido una sociedad fraterna y comprometida con los demás y, al parecer, tampoco lo estamos haciendo en medio de tanto arribismo que no deja espacio para las buenas prácticas.

Es hora de redireccionar la vida de nuestros pueblos, de enmendar, de negarnos a los malos ejemplos y de buscar en nuestras formas sensibles, la verdadera razón de ser de los hombres como ciudadanos de bien, para poder generar una sociedad rica en valores, justicia y equidad.

El tiempo corre, las necesidades abundan y las vidas cortas.