No habrá armas, ilusos

Daniel Márquez Soares

 No hay nada que temer. El país no se llenará de armas. Somos un país pobre, débil y, por lo tanto, desarmado. Lo de ‘libre porte de armas’ solo es otro alarde de esos que caracterizan a nuestra vida política.

Si el gobierno de verdad quisiera un país armado —lo suficientemente armado como para que los delincuentes tengan miedo y la clase política un poco más de respeto por el ciudadano—, más que en hacerlo legal, debería pensar en hacerlo posible. Como ganamos poco y además no producimos armas, podría empezar por liberalizar la importación de armas, para hacerla abundante y barata. No pensar solo en armas austríacas, alemanas, italianas y estadounidenses, sino también abrirse a productos chinos, pakistaníes, rusos o turcos. Podría también permitir que, como con los celulares, cada ciudadano vuelva del extranjero con dos armas en el equipaje —una de uso personal y otra nueva de paquete—. Eliminaría los impuestos a la importación y a la venta. Incentivaría a nuestros artesanos —tan hábiles con los automóviles y los electrodomésticos— a ponerse también a fabricar y mejorar armas, y les permitiría importar tecnología y materiales para ello. Podría también —como con los Prometeos del correísmo— invitar a centenas de viejos armeros europeos y norteamericanos a gozar de una mejor jubilación enseñando su oficio milenario en esta tierra.

Pero para que todo eso sea posible, también sería necesario eliminar completamente la necesidad de permiso para comprar o portar un arma, y, especialmente, esa pena draconiana —de tres a cinco años de cárcel— contra el porte ilegal de arma que tanto les ha servido a los políticos ecuatorianos para hostigar a opositores.

Como nada de eso, afortunadamente, va a suceder, lo mejor es dejar de andar perdiendo el tiempo discutiendo tonterías. Con las reglas actuales —aun con este ‘nuevo’ decreto— quienes quieren y tienen los recursos suficientes para hacerlo, hace tiempo que andan armados, y quienes quisieran pero no tienen la posibilidad, tendrán que seguir resignados a los videojuegos y las viriles fantasías bélicas.

El problema es que estamos llenos de académicos, intelectuales e instituciones que se mueren de ganas de reproducir toda polémica o debate que se produce en Estados Unidos. Es una pena por ellos, pero en un país pobre, sin industria y cerrado al comercio, hablar de ‘libre porte’ resulta ridículo.