Niñez y juventud no le importan a nadie

Salvatore Foti

La toma de rehenes en el hospital de Chone el domingo pasado fue protagonizada por chicos fuertemente armados, fusiles y ametralladoras, que aparentemente iban en busca de ‘Cara Sucia’: un chico de apenas 17 años que estaba hospitalizado después de haber sobrevivido a un atentado y que, pese a su corta edad, contaría con antecedentes de sicariato y sería cabecilla de una banda.

Esta noticia ha tenido mucho impacto en la opinión pública nacional y seguramente son muchos los que además de condenar el hecho estarán pensado en “soluciones definitivas” para acabar con tanta violencia.

Consecuentemente, somos siempre menos los que notamos que en realidad no somos testigos de un rutinario ajuste de cuentas entre criminales sino de niños y adolescentes que están envueltos en realidades que no se merecen y que se han vuelto ineludibles dentro de contextos de extrema pobreza y falta de oportunidades.

Si ‘cara sucia’ tiene 17 años significa que es un adolescente y que ha empezado a delinquir hace por lo menos un año. Esto quiere decir que en Ecuador hay niños que ya son sicarios o criminales profesionales y esto no es ni normal ni aceptable, pues significa que el Estado en su conjunto ha fracasado y que el país está a un paso de la implosión social porque la sociedad está destinada a sucumbir a la violencia y al caos.

El Estado no se preocupa por la niñez y peor aún, parte de la opinión pública no considera importante el hecho de que el país tenga niños asesinos y prefiere ignorar hechos que más bien deberían ser prioritarios. Los sectores más influyentes del país están subestimando la sistemática destrucción de la niñez y juventud en Ecuador.

Los números dicen que alrededor de 195.000 niños entre 5 y 17 años han abandonado las escuelas y es realmente mezquino no preguntarse lo que está pasando o peor aún, ignorar que necesariamente parte de estos estudiantes retirados serán reclutados por las mafias y organizaciones criminales que se servirán de ellos para darles ‘educación’  y emplearlos en las peores actividades de narcotráfico, homicidios y crimen en general.

No entender que la falta de oportunidades, el total desinterés estatal por nuestros jóvenes  y  —lo que más duele—,  nuestro silencio nos hace cómplices de las organizaciones criminales es un grave error al que no se remedia regalando dos funditas de caramelos y galletas en Navidad .

Urge un plan de gran escala para rescatar a los menores que hoy viven en la miseria y en el abandono y el trabajo debe ser encabezado por el Ministerio de Educación que junto a otras entidades estatales  deben interesarse seria y profesionalmente de este drama. Sin embargo, hoy está de moda tener a inútiles entidades burocráticas antes que a instituciones y ministerios funcionales.

Necesitamos gente comprometida y capaz en puestos claves para rescatar a la juventud; caso contrario, todos caeremos víctimas, tarde o temprano, de aquella delincuencia que logramos ver y entender solo cuando llega a causarnos daño.