Lo que se ve, se oye y se palpa

Vuelve el gobierno a tocar las puertas del Fondo Monetario Internacional, luego de unas primeras negociaciones exitosas que sirvieron para que el país pudiera respirar en medio de la pandemia del covid-19. “Y ahora, ¿qué?” nos preguntamos todos. No puede ser esta la única vía posible para que le economía se sacuda y avance, más allá de las apaciguadoras cifras que nos da a menudo el régimen.

Sacar provecho del triunfalismo pospandemia puede traer graves consecuencias. En primer lugar, un descontento patente, aunque no se haya hecho público aún. En segundo, muchas interrogantes sobre la viabilidad del modelo propuesto por Lasso. En tercero, un malestar social pronto a dar señales poderosas. La economía no es la que se afinca en las macrocifras, sino aquella que atañe al vivir cotidiano, a la realidad y a la percepción de la realidad.

Nada hace prever que se haya llegado a los límites. Los números no salen cuando los sectores más vulnerables ven la desesperanza en los platos vacíos de la mesa familiar. Y una colección de incertidumbres generales, en especial en el terreno de la seguridad ciudadana. Todos son argumentos que se empeñan en desestabilizar a un Gobierno con un inocultable déficit de cuadros capaces.

No es condenable que el Presidente acuda a las multilaterales, pero sí que sea la única vía de sostenimiento y de superación de la crisis heredada del correísmo. Con ello, la crisis sube otro peldaño: el de la desconfianza y de la disminución de la credibilidad de Lasso y los suyos.

Cuando parecía que se volvía la normalidad, la búsqueda de culpables en el exterior o en el pasado nos conduce al atraso. Las prioridades cambian y se suman urgencias. No son buenos tiempos para la duda. ¿El peor escenario? Que el régimen llegue a su primer año afincado en la teoría que se deriva de las cifras y no en los datos que dan lo que se ve, se oye y se palpa.

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