Lo absoluto y permanente no existe

Rodrigo Contero Peñafiel
Rodrigo Contero Peñafiel

Por Rodrigo Contero Peñafiel

En el mundo real en el que vivimos no hay nada absoluto, nada es permanente. Todo está en constante cambio; la naturaleza establece sus propios caracteres, desde lo inerte a lo vivo, de nuestro planeta a todo el universo, y en este cambio permanente estamos inmersos los seres humanos con nuestra conciencia. El motor de cambios acelerados está en nosotros mismos y en todo lo que nos rodea, fruto de estos cambios son las nuevas culturas.

Ningún ser humano es lo que antes fue. Nadie es, ni nunca volverá a ser, niño, adolescente, joven, adulto o menos viejo de lo que es ahora; nos queda solo la memoria de lo que antes fuimos, memoria que también cambia con el tiempo porque nada es permanente ni fijo en ninguna persona. Las memorias son el referente de lo que nos identifica en cada instante, nuestra identidad frente al mundo social en el que vivimos y al que aportamos con nuestro conocimiento. Somos el recuerdo de nosotros y el cómo nos recuerdan los demás a lo largo de nuestras vidas.

Las memorias manifiestas, conscientes, declarativas, o casuales son aquellas que nos recuerdan dónde hemos estado, con quién, de qué hemos hablado y cuánto tiempo permanecimos recordando tiempos pasados y proyectando nuestro futuro. Cuando desarrollamos un diálogo surgen aspectos nuevos y relevantes relacionados con esa memoria que conservamos, para guardarse como memoria nueva; por tanto, el decir “no me acuerdo”, “tal vez”, “siempre que me acuerde”, “nunca lo he visto”, son artificios para desviar la atención o cambiar verdad de los hechos.

En la memoria se presentan cambios constantes que siempre debemos llevar al campo positivo; es decir, adaptabilidad, crecimiento y utilidad ante nuevos desafíos, evitando los cambios negativos que conducen al fracaso. Eventualmente se presentan situaciones que pueden llevar al aparecimiento del Alzheimer, enfermedad lenta y extinguidora de las cualidades, que ningún ser humano se merece. El cerebro funciona en un diálogo permanente con todos los órganos del cuerpo humano; por tanto, somos una unidad anatómica funcional indivisible, de ahí su impacto en el desarrollo de la conducta cotidiana consciente o inconsciente.