Estados fallidos

Franklin Barriga López

Se les ubica en esta catalogación a los que no pueden solucionar las necesidades básicas de sus habitantes, además de manifiesta incapacidad para afrontar otros problemas no solamente de índole social y político.

Ubicado en el Cuerno de África, al oriente de ese continente que presenta otros países considerados también como ‘fallidos’, Somalia encaja en el primer lugar de este nada honroso registro: el 43% de su población vive en pobreza extrema (menos de un dólar diario), agravada por persistente guerra civil, sequía que genera imparable hambruna y muertes diarias por esta causa, arremetidas del terrorismo, como aquella que, en octubre de 2017, estremeció a la capital, Mogadiscio y produjo más de 300 muertos e incontables heridos, a más de grandes daños materiales  en la zona del atentado, cuyo epicentro fue un hotel internacional. A más de lo anotado, la gravitación de clanes armados, enfrentados entre sí, lo que le hace prácticamente ingobernable.

Esta es una muestra de lo Estados en referencia, carcomidos por la desunión, las luchas intestinas, la violencia como lenguaje establecido, centenares de miles de desplazados, precarias condiciones socioeconómicas, falta de una visión unitaria y motivación nacional. Allí hay lugar únicamente para la desesperanza, el abuso, la inequidad, la crisis humanitaria, la generalizada corrupción, la ausencia de paz y desarrollo.

Factores adversos conducen a los Estados a volverse fallidos, condición de la cual es sumamente difícil salir. Por ello se  vuelve imprescindible que especialmente los líderes sean auténticos, capaces y honrados, que busquen el bien común, que no se aparten del civismo que incentiva el orgullo de pertenencia, el amor a la patria, la  búsqueda de adelanto, bienestar y prosperidad colectiva. Los Estados fallidos no son una ficción sino realidad latente, testimoniada en pueblos que perdieron su brújula.