Constituyente o muerte cruzada

El Presidente de la República enfrenta su peor crisis desde que asumió el cargo: tiene demasiados frentes abiertos; todos a punto de reventarle en la cara y acabar con su mandato.

Hoy más que nunca uno se siente seguro de poder afirmar que todo esto no se da por errores de sus asesores sino por errores del mismo Presidente; no pueden existir a estos niveles asesores tan improvisados a la hora de aconsejar, cuando, en contraste, existen ejemplos de sobra que nos dan cuenta de cómo los egos presidenciales se vuelven determinantes a la hora de definir.

Deberíamos empezar a analizar e investigar cuántos en realidad son de absoluta autoría del presidente todos los errores cometidos, que hoy le pasan factura. Si vamos a las protestas indígenas de junio, por ejemplo, podemos especular que fue el mandatario el responsable de dar la orden de que se detenga a Leonidas Iza —la peor decisión que podía tomar, puesto que hasta el proceso fue declarado nulo—.

El Gobierno ha fracasado en prácticamente todo lo que ha emprendido o intentado emprender. Los impuestos no han bajado, las emergencias no han sido solucionadas y hoy más bien contamos los muertos de las masacres carcelarias, los muertos por sicariato y los muertos por asalto, secuestro o “vacunas”; la otra cara de las vacunas, de la cual el Ejecutivo tiene muy poco para jactarse.

El país hoy no tiene por qué ser optimista y no hay institución que funcione. Los enfermos siguen siendo desatendidos y humillados en las casas de salud. El Presidente es seguramente responsable de su propia crisis y tiene el deber de solucionarla. Ya no se trata de tratar los temas de una consulta — a la cual ni siquiera sabemos si va a llegar el actual Ejecutivo—, sino de dar soluciones contundentes.

El Presidente debe ir a la muerte cruzada y demostrarnos que puede gobernar solucionando los problemas que nos agobian sin el supuesto empacho, aunque ya somos pocos quienes lo creemos, de la Asamblea Nacional.

La muerte cruzada y la consecuente elección anticipada o, en su defecto, una asamblea constituyente, son los únicos recursos que le quedan al mandatario. Nadie está dispuesto a seguir dos años más a la buena de Dios… ¡perdón!, a la mala de Dios.