Picardía y deshonestidad

Alfonso Espín Mosquera

No es posible desconocer que en el universo hay una mala distribución de la riqueza, e históricamente se ha establecido un enfrentamiento entre pobres y ricos. Esto nos ha llevado a pensar en sistemas económicos que posibiliten la equidad que nos traería paz y bienestar.

Se ha creído que la pobreza tiene causa en la explotación de los grandes y pudientes empresarios a las grandes mayorías desprotegidas y, ciertamente, hay un halo de verdad en esas circunstancias, pero tampoco hay que confundirnos y quedarnos en esa visión de la realidad económica del mundo, cuando también muchísimas organizaciones económicas privadas han emprendido negocios que han permitido un camino de progreso para millones de ciudadanos en el mundo, quienes gracias a sus esfuerzos han logrado vidas prósperas.

Es común en los actuales momentos determinar a la pobreza como consecuencia de las acciones de los empresarios, olvidándonos de los negros aconteceres de una clase política corrupta, que en todos los confines del mundo ha dilapidado y se ha festinado con los dineros de los estados, estableciendo segmentos muy evidentes de ‘nuevos ricos’, a costa de negociados y delitos vinculados con sus gestiones como funcionarios públicos.

Cada maniobra no pensada en las grandes mayorías, sino en los intereses del movimiento político de turno, significa el deterioro social y el empobrecimiento de la población, a quien acuden en los tiempos de elecciones esos depredadores.

Con seguridad gran parte de servidores públicos de alto rango, quienes se desenvuelven en organismos gubernamentales de decisión, no podrían desempeñarse en el sector privado, donde las exigencias técnicas, profesionales y éticas son el pan del día, porque se han acostumbrado a la incompetencia, la mediocridad y la corrupción. De hecho, buena parte de los políticos han hecho de ella, una forma de vida y en poco tiempo, han amasado fortunas increíbles e insospechadas de un accionar honesto.

Bien vale revisar los patrimonios de ciertos asambleístas que hoy se rasgan las vestiduras tratando de crear el caos en un momento del país en lo que menos se necesita es la división y peor la demagogia para tratar de mantener sus prebendas y perpetuarse en el poder bajo las condiciones que les conviene.

Entran sin medio y a poco tiempo de su ejercicio público, son personajes adinerados y capaces de descalificar a todos los que objetan sus vidas deshonestas. En esa medida se utilizan discursos mañosos para aglutinar a la población detrás de sus razones y asegurarse vigencia y presencia en el poder, por ejemplo, tratando de inculpar a las personas que con honestidad pretenden hacer empresa en el país, calificándoles de explotadores y causantes de la pobreza nacional.

Es hora de confiscar los bienes robados de tanto político, que de la noche a la mañana, sin haber generado ningún aporte al país, pasaron por el cargo público, haciendo ‘agosto’ y cuadrándose económicamente. Es momento de incautar las propiedades de tanto ratero, de terminar con los sueldos vitalicios y los servicios de seguridad por parte del Estado a los exmandatarios de pésimos y fraudulentos desempeños, pues así hay algunos que  habiendo significado vergüenza, retroceso y perjuicios económicos, reaparecen de cuando en cuando en la Asamblea o en algún otro cargo de elección popular, para cobrar ese sueldo, sus expendios vitalicios y también jubilaciones en el propio Estado.

Es tiempo de controlar, seriamente, con qué patrimonio ingresan los y las revolucionarias, los socialcristianos, los oficialistas, los independientes, en fin, todos los funcionarios de cualquier movimiento político y luego comprobar con cuánto salen del gobierno, vigilando a los testaferros y más trucos que manejan muchas de estas fichas politiqueras, de lo contrario el Ecuador seguirá siendo tierra de nadie.