El negocio educativo

Alfonso Espín Mosquera

Hace unos días me enteré que un profesional, mi amigo, renunciaba a su trabajo, porque había tramitado su migración a Canadá, junto a su esposa y sus dos pequeños hijos. Cuando le pregunté sobre este hecho, me manifestó estar con el corazón partido: aquí se quedan sus padres, hermanos y más familiares, pero a la vez se va con la esperanza de un futuro promisorio para su familia íntima, sobre todo sus hijos niños.

Aquí no hay futuro, dijo, hay jóvenes que podrían envejecer con una carpeta bajo el brazo, sin encontrar trabajo alguno y me refiero a jóvenes aún, porque los que superaron los treinta y cinco años, han entrado en la tercera edad laboral, nadie los quiere porque están veteranos.

La fiebre de las maestrías en el Ecuador generó unas cuantas plazas de trabajo en la vida académica del país, pero francamente no había garantía de calidad, pues el exhibir un título de cuarto  nivel, que se logra en modalidad de 1 año, a los 23 ó 24 años, no confirma las experticias que se requieren para ponerse frente a los alumnos, o será que en estos tiempos eso ya no importa, porque he visto decanos, vicerrectores y otras autoridades sin prestancia académica, pero sí marketera – administrativa; esto es, buenos para captar clientes, malos para ser académicos.

En los tiempos actuales, el esfuerzo no es importante, ni el mismo aprendizaje, cuanto que los eslóganes difundidos por la publicidad de los centros de educación educativos se cumplan, aunque sea etéreamente en cada cliente, perdón, estudiante y, que el negocio de la educación prospere, acaudalando a los inversores.

Si el éxito académico es esto, no tenemos nada de qué hablar. Mañana, en un futuro quizá no lejano, se negocien abiertamente las titulaciones y se pongan precio según la acogida del público, la moda del momento, o no lo sé.

Los directores de carreras universitarias que tienen muchos alumnos valen, son prestigiosos, porque significan la fuente de ingresos para las instituciones, pero las profesiones que no están rentando lo suficiente caminan al exterminio y hay que eliminarlas pronto, porque son un desgaste y generan pérdidas para la “empresa educativa”.

Vale preguntarnos qué pasa con la investigación, una de las razones de ser de la academia, y no se entiende cómo ni por qué hay universidades que se dan el lujo de cerrar publicaciones indexadas, “Made in Ecuador”, con años de vida, camino a intentar otras más grandes bases de datos de literatura científica, revisada por pares como Scopus, por ejemplo; mientras en redes sociales y a diario, se están ofertando publicaciones de artículos académicos en “revistas científicas”, en el que el mayor mérito de los autores será pagar lo impuesto por estas publicaciones .

La labor del investigador no es una camisa de fuerza, es uno de los derroteros de la vida académica, que debe tener no obligaciones per sé, sino pasión y afectos para develar teorías y hechos que no alcanzan las simples observaciones.

Vale preguntarnos también si en tiempos como los nuestros los alumnos universitarios solamente deben buscar lo lúdico, lo divertido de las clases, la denominada gamificación, como razón de ser del aprendizaje, o es una embelequería más, con la que funcionan los administradores del negocio académico para vencer a sus competencias.

Hoy por hoy, un catedrático exigente tiene dos caminos: o dejar las cátedras para otros, para los que juegan en este perverso e irresponsable sistema, o estar condenados al comité disciplinario, por el único delito: tratar de enseñar a conciencia.