Educación y sociedad actual

Alfonso Espín Mosquera

Todos los padres quieren los mejores maestros para sus hijos, pero no quisieran que sus hijos sean maestros. Desean que se hagan médicos, abogados, ingenieros, tecnólogos en algo, que logren alguna profesión, aunque actualmente los hijos quieran ser ‘influencers’, tiktokers u otros.

Los progenitores matriculan a sus hijos, en diferentes instituciones educativas, considerando algunos aspectos: unos porque es un colegio donde no envían tareas, pues ya las hacen en la jornada académica; otros porque salen bien tarde y entonces pueden trabajar tranquilos; también porque regresan hechos algún deporte: karate, judo o alguna actividad extracurricular; muchos lo hacen, desgraciada e irresponsablemente, por estatus, pues dependiendo del colegio al que estén asistiendo sus hijos, serán valorados en su círculo social.

Por su parte, muchas de las unidades educativas, se autoproclaman bilingües, aunque sus alumnos nunca pasan del verbo ‘to-be’ y, cuando llegan a la universidad, otra vez se matriculan en primer nivel de los 4 ó 5 que deben aprobar y, con seguridad, al final de todos los cursos tampoco saben la lengua extranjera.

Muchos colegios ofertan el oro y el moro para ganar audiencia, pues los alumnos terminan siendo clientes y los clientes en el mundo comercial, siempre tienen la razón, por tanto deben tener clases divertidas, si no, no sirven; nadie les puede observar en cuanto a sus modas: con aretes, piercing, en fin, gozar de una serie de ‘ventajas’, para que según ciertos psicólogos crezcan libres, sin traumas y aprovechen la vida.

En estos centros de ‘enseñanza’, los maestros forman parte del personal de servicio de los alumnos maleducados, que no saben saludar, no presentan tareas, se vuelven altaneros, levantan la voz en el colegio y en la casa, pero como son de “cristal” no se les puede llamar la atención, porque  además el poner reglas seriamente firmes, “atentaría” contra la siquis de los alumnos y, lo que es peor, la institución educativa perdería clientes.

Muy lejos han quedado los tiempos del respeto, del saludo y consideración a los maestros y personas mayores, eso es un anacronismo; tampoco es importante el esfuerzo por alcanzar objetivos académicos, las ganas de aprender o el empeño. Hoy por hoy, los profesores que exijan dedicación y obediencia; esto es que rompan el estilo en el que se mueve esta sociedad, pueden ser demandados o separados de sus trabajos por atentar en contra del bienestar de los estudiantes.

Con las condiciones descritas, ¿quién en su sano juicio puede desear estudiar pedagogía, que como en cualquier carrera universitaria, empieza con una licenciatura y luego con titulaciones de cuarto nivel, todo para convertirse en una especie de ‘niñeros’ de los educandos y ayudar al enriquecimiento de los dueños de las instituciones educativas, que en muchos casos, las mantienen como un negocio más de algunos en los que ‘invierten’?

Con responsables y valiosas excepciones, el desempeño y justo afán de éxito profesional de muchos  progenitores, les hace postergar la paternidad para después del ‘éxito’, lo que acarrea padres maduros, hijos únicos, y sobre protegidos, lo que también abona en esa vorágine educativa.

Algo y pronto habrá que hacer, pues convertirse en maestros debería ser un privilegio profesional y allí deberían estar los estudiantes más brillantes, pero siempre y cuando los emolumentos, por concepto de  sus labores, se equiparen  y por qué no superen a las de otras profesiones, pues los niños y jóvenes, que serán quienes mañana encaucen a esta sociedad, deben tener lo óptimo: padres y maestros dispuestos a desarrollar los mejores seres humanos.