Ante los hechos consumados en Ucrania

La sociedad ecuatoriana tiene profundos lazos con la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que a veces tienden a obviarse con demasiada facilidad. Mucho suele hablarse del nocivo efecto que los ideólogos y agitadores de corte marxista-leninista tuvieron sobre la educación pública, los sindicatos y el sector público, pero poco se menciona la actitud prudente, respetuosa de la soberanía y colaborativa que, a nivel diplomático, los regímenes de la URSS y Ecuador—independientemente del gobierno de turno— mantuvieron, y que repercutió positivamente en la estabilidad del país durante lo más álgido de la Guerra Fría. Tampoco suele hablarse de la gran cantidad de científicos, ingenieros, artistas y deportistas ecuatorianos —todos de primer orden— que se formaron en la URSS —de forma gratuita y desinteresada— y cuyo legado enriqueció al país. Tampoco se recuerda la importancia determinante que la tecnología soviética tuvo, en momentos difíciles, para el agro ecuatoriano o, en episodios de dramática trascendencia, para la defensa de la soberanía nacional.    

Tanto con Rusia como con Ucrania, herederas de aquel imperio, nos unen lazos que ni la más efectiva propaganda ni la más burda presión extranjera podrán romper de súbito. No obstante, los ecuatorianos, ciudadanos de un país pequeño rodeado por vecinos mayores que también fue varias veces despojado de territorio tras conflictos instigados, no podemos sino solidarizarnos con Ucrania, cuyo pueblo, en estos cinco meses, ha visto morir a decenas de miles de sus mejores jóvenes, destruida su infraestructura más valiosa, el exilio de décima parte de su población y a su territorio más rico arrebatado.