Germán Rodas Chaves*
Cuando se fundó la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) en la década de los años 40’ del siglo anterior, el país se hallaba intentando salir de uno de los traumas más agudos en su historia a causa de la expropiación de su territorio. Por otro lado, la patria no terminaba de reponerse debido al ejercicio del poder –el de Carlos Alberto Arroyo del Río- que, debido al fraude, se había constituido como tal, y que mediante toda persecución intentó consolidarse a favor de sectores minoritarios de la sociedad.
El formidable escritor lojano Benjamín Carrión comprendió esta realidad y concibió la necesidad de que Ecuador “consolide su más potente arsenal”, que significaba dar paso a la atención a sus culturas. “Somos un país pequeño pero una potencia cultural” había dicho Carrión, por aquel entonces, en sus ‘Cartas al Ecuador’.
Con estos antecedentes se fundó la CCE, que hoy lleva su nombre. Una obra que no puede ser endosada a gobierno alguno, sino a la voluntad de un pueblo por tener voz propia –en el mundo las artes, las literaturas, la plástica, entre otras expresiones- y en todos los rincones del país.
«Vivimos en el país –dolorosamente hay que reconocerlo- momentos de afectación en contra de las instituciones culturales y universitarias”.
Por esto, cuando el poder actual pretende desaparecer a la CCE –en medio de tecnicismos jurídicos o de atochamientos a su rol-, es imperativo levantar nuestra voz de protesta para impedir que la obra de Benjamín Carrión sea demolida. En manos del Presidente de la CCE y de sus directivos está el deber de defender ‘La Casa’ sin miramientos, sin concesiones; con energía y frontalidad.
Y si la institución referida se halla en medio de las circunstancias señaladas, al propio tiempo, debido a que el poder considera inadmisible la presencia del pensamiento crítico, se ha procurado una embestida en contra de la Universidad Andina Simón Bolívar (UASB) –una de las universidades de excelencia de la región- no solo para intentar silenciarla, sino para tomarla por asalto.
Se pretende irrespetar su estatus de organismo internacional –la Universidad funciona en varios países- o de imponer normas confeccionadas, a propósito, para atentar su autonomía. Además, no se ha escatimado esfuerzo para vilipendiarla y promover todo tipo de acciones con el objetivo de anular su condición de centro en el cual fluyen las ideas.
Vivimos en el país –dolorosamente hay que reconocerlo- momentos de afectación en contra de las instituciones culturales y universitarias. El intento de silenciarlas deviene de la convicción que manda “es prohibido pensar”, aquella definición que se vuelve necesario cuando el poder ha resuelto ser omnímodo; cuando la democracia se vuelve una entelequia. Parecería –por lo referido- que nos arrastran a los tiempos del pensamiento único.
Empero, la sociedad es diferente a las características intrínsecas de quienes ejercen temporalmente el poder. Por ello las voces más prestigiosas, preclaras y de ética se han levantado para demandar respeto a la autonomía de la CCE y de la UASB. Aquellas voces –a las que se han sumado las que responden al conjunto de la sociedad organizada del país- han proclamado la necesidad de defender a dos instituciones que forman parte del patrimonio nacional. Sus argumentos deben ser escuchados porque provienen del núcleo del pensamiento ecuatoriano y de la razón del conjunto de la sociedad a quienes, finalmente, se deben estas dos Instituciones. Actuar en contra de ellas es navegar en contracorriente de la razón y de la historia.
*Historiador y catedrático ecuatoriano.