Mi hacienda

Jorge Oviedo Rueda

Hay una especie de destino trágico en la suerte de los ecuatorianos. Solemos dar inicio a una jornada histórica con la solemnidad de los grandes acontecimientos y, al final, lo que creíamos lo más grande, suele convertirse en una ridícula tragicomedia’.

Casi todas nuestras ‘jornadas históricas” han terminado tragadas por el tiempo sin pena ni gloria. La ‘revolución’ de Urbina en el siglo XIX, la obsesión fanática de García Moreno, el caudillismo velasquista, las asonadas militares del siglo XX, la ‘gloriosa’ del 44 y ahora, en el siglo XXI, la “revolución ciudadana”. La única ‘jornada histórica’ que escapa a este maleficio es la Revolución Liberal del ‘Viejo Luchador’.

Cuando Correa triunfó, impactado por la lucidez de su discurso y la energía de su juventud, visité a Ricardo Patiño y le dije que si esta revolución iba en serio yo estaba a sus órdenes. Patiño me respondió que había triunfado ‘su’ proyecto y que en él no había lugar para ‘infantilismos revolucionarios’ como el mío. No atiné a decirle sino que si necesitaban de hombres honestos me buscara, a lo que me respondió que yo debía buscar a la revolución y no al revés.

El mismo día de la posesión de Correa supe que ese proyecto nunca revolucionaría el Ecuador. Diez años en el poder solo han servido para alimentar una gavilla de ladrones y arribistas que se han festinado el Ecuador. La revolución ciudadana no ha sido la excepción a esa trágica regla de comenzar como jornada histórica y terminar como tragicomedia.

¿Qué revolución puede ser esta que permitió a sus altos funcionarios forrase de billetes y a sus militantes de base convertirse en hacendados?

Conozco a muchos APs que se pavonean diciendo que están yendo a ‘su hacienda’, cuando antes de la RC solo tenían tierra en las uñas.

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