La bohemia

Jorge Oviedo Rueda

Cuánta agua ha corrido debajo del puente desde que Sartre y Simone de Beauvoir fueron considerados la ‘pareja libre’ del planeta. Todavía recuerdo con nostalgia esos intensos días en que una jorga de amigos (entre otros recuerdo a Ana Goechel, Vicente Pólit, Gustavo Zambrano) nos apasionábamos por encontrarle la lógica al discurso del existencialismo filosófico.

¿Quiénes eran estos personajes que decían cosas que luego las oíamos en las canciones de los Beatles? De Sartre nos llegaban torrentes de textos y hasta gestos que nos parecían originales. En Quito los rebeldes íbamos al Café 77 a escuchar a los ‘tzashicos’ y proponer, como originales, las ideas que en Europa comenzaban a envejecer.

Cuando a nuestras playas llegó el aroma del Segundo Sexo todos nos prendamos del talento de Simone. Algunos machos fuimos capaces de vernos avergonzados en ese espejo genial que pone a la mujer al mismo nivel del hombre. Juro que desde entonces he sido militantemente feminista.

Pero sería injusto recordar a la francesa solo por el libro rector del feminismo, olvidando cuando en forma novelada defendió el existencialismo de Sartre contra el racionalismo de Camus. Entonces me parecían inobjetables sus argumentos, hoy no tanto o cuando nos hizo llorar con ‘Memorias de una joven formal’ o de su homenaje póstumo a Sartre con ‘La ceremonia del adiós’.

Simone de Beauvoir es escritora para lectores auténticos. En su obra se encuentra condensado, desde la óptica de la rebeldía, lo mejor del pensamiento humano. Yo, que he sido un devoto de su obra, he descubierto un libro suyo que se titula ‘La vejez’. Ensayo enciclopédico que a la luz del materialismo histórico aborda el tema. En él nos ilustra, de manera genial, en como los pueblos del mundo han tratado a sus viejos.

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