Civismo

Pablo Escandón Montenegro

Cada 27 de febrero se recuerda la Batalla de Tarqui y cómo Sucre defendió el territorio unificado de Colombia; eso era lo que los libros escolares de historia y los minutos cívicos de las mañanas nos repetían como formación patriótica y cívica.

Pero nada nos decían de cómo hacer civismo: ser buenos ciudadanos, respetar los derechos de los otros, defender la propiedad y los bienes públicos, tanto como si fueran privados o propios… Durante muchos años crecimos bajo el irrespeto a la ciudad, pero con gran sentido de que en una fecha como hoy, hicimos correr a los peruanos, es decir, usamos la fuerza.

Y ese ha sido el tono de siempre cuando se habla de civismo: enaltecer las glorias mediante las batallas y las muertes. Pero eran otros tiempos, claro está, cuando el país estaba en formación.

Las batallas se libran ahora en los medios sociales y el civismo está en el punto más alto debido a la campaña política, ya no en un portete del páramo sino en las ciudades, que aguantan todo y en las pantallas, pero en las de los medios electrónicos ya no en la tv.

El civismo y la educación cívica no evolucionaron con el paso del tiempo porque eso se quedó en el formato libro bajo una tradición de epopeya para sentirnos orgullosos de la nación, pero no de la ciudad, de nuestra proximidad cotidiana. Por ello, ahora tenemos salvadores de las ciudades: todos los candidatos son héroes con escoba y chaleco, que siempre han tomado un bus, que siempre han comido en la calle…

Los héroes del momento caminan lo que nunca hicieron durante su vida, por sectores que desconocen, saludan a extraños como si fueran amiguísimos en jornadas maratónicas y cobijados con banderas. Ellos son muestra de que el civismo se quedó en los libros y no son ciudadanos como nosotros.

Estos “héroes” no respetan a la ciudad ni a nosotros porque interrumpen el tránsito con sus caravanas, nos agreden con sus saludos y fingen que les importamos. Eso no es civismo.

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